La muerte de las columnas de opinión

Las columnas de opinión están condenadas. Al menos la gran mayoría. Parece que las personas hoy encuentran más profundidad y entretenimiento viendo un meme que leyendo a columnistas que convirtieron su espacio de opinión en manifiestos emocionales o lugares ideológicos comunes. Las personas se encuentran, a diario, con centenares de columnas, muchas de ellas parecidas en su contenido intrascendente y estilo de “superioridad intelectual”.

Por allá en 2015 llovían las burlas al ver a personas que se describían a sí mismas como “memólogos” (persona que se dedica a crear memes). Es más, había memes sobre los memólogos. La realidad es que muchos de estos creadores de imágenes y videos en apariencia intrascendentes, tienen más impacto y alcance que innumerables columnistas que siguen pensando que el país entero está pendiente de su indignación fácil, sus ideas vetustas o su contenido atiborrado de ínfulas de superioridad moral. Yo veo a la gente hablando más de memes o hilos en X, que de columnas de opinión.

En las décadas del 60 al 90, columnistas como Kapuscinski, Oriana Fallaci, Vargas Llosa o Gabriel García Márquez eran voces de autoridad. Había profundidad en sus reflexiones y disposición de las personas para leerlas, pues en ese entonces las columnas de opinión ayudaban a entender el mundo. Los columnistas se erigían en una suerte de oráculo. En la actualidad las columnas tienen que ver más con la vanidad o el desahogo; se privilegia la indignación por encima del análisis complejo (si no, vea esta columna). Los buenos textos de opinión se recortaban y guardaban, ahora escasamente se leen.

Yo identifico, por lo menos, tres razones que arrastran a las columnas de opinión al rincón de la irrelevancia. Por un lado, la desintermediación y la fragmentación llevan a que las personas estén cada vez menos dispuestas a fijar su atención. Hombres y mujeres ya no esperan al domingo para comprender por qué pasa lo que pasa; ahora lo interpretan todo por TikTok o por medio de un hilo de X. Segundo, la multiplicación exponencial de columnistas genera ruido y desplaza el interés. ¿Cuántas columnas trascienden a una conversación nacional? El resultado tiende a 0. Es el efecto “Crepes & Waffles”: hay decenas de opciones, pero uno siempre pide lo mismo. Y tercero, insisto, las columnas se convirtieron en diarios personales; la catarsis se volvió opinión y el argumento, dirán, es asunto de otros.

Yo no sé cuánta gente lee esta columna. Presumo que no es tanta como quisiera. Y es que la extensa mayoría de los columnistas de opinión ya no ponemos a conversar al país. Ahora lo hacen los memes, los trinos, los creadores de contenido digital. Y lo peor que podemos hacer es culpar a la sociedad. Quizá la culpa es nuestra porque, a diferencia de los “memólogos”, no entendemos cómo se ponen hoy los temas de conversación sobre la mesa. Es probable que se publiquen columnas que critiquen la falta de altura en la conversación, o el poco interés por la intelectualidad, o que citen a Niel Postman con su “divertirse hasta morir” para hablar de la “estupidización” de la sociedad. Pues bien, permítanme decirles a esos “críticos” que están irremediablemente condenados a la nimiedad y que pesa más un meme que su opinión, pues la “banalidad” y el humor son formas de la inteligencia, como lo expone Kundera en La fiesta de la insignificancia. Esas críticas mal salpimentadas quedarán reducidas a meros comentarios en pequeños sus círculos sociales.

Ya regresando a lo que nos convoca, la pregunta que queda a quiénes escribimos debe ser ¿cómo se reinventa la opinión para que sea relevante? ¿cómo se compite contra la brevedad? ¿cuál es la mejor forma de llamar la atención sobre aquellos temas que se consideran relevantes para la conversación nacional? El reto está en entender algo ya descubierto por los memes: que la forma es fondo y que, para llevar a la gente a reflexionar, primero se le debe emocionar.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/andres-jimenez/

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