La memoria y la tragedia

La memoria y la tragedia

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Ya había contado en columnas anteriores que mi bisabuelo huyó de la Alemania Nazi a principios de la guerra. Aunque la guerra empezó en 1939, desde 1933 con el nombramiento de Hitler para canciller, el gobierno alemán había comenzado los inicios de su plan de exterminio de los judíos, la comunidad roma, y las personas negras y homosexuales. Mi bisabuelo no era judío, pero su familia sí lo había sido 100 años antes de que el partido Nazi subiera al poder.

Crecí con historias de como mi bisabuelo, el abuelo Juan como le decimos en mi familia, llegó a Barranquilla limpiando un barco porque su familia había quedado en la ruina luego de la Primera Guerra Mundial. Eventualmente se asentó en Medellín, donde se casó y tuvo hijos con Ruth, otra alemana que había llegado a Colombia entre las guerras.

Por el otro lado, la familia de mi mamá es colombiana, y entre nuestros relatos familiares, los que las tías de mi mamá se han pasado horas contándome, está la historia que todas las personas colombianas conocemos muy bien. Desplazados de Salgar por ser Liberales durante La Violencia, viajando días a caballo para llegar a Medellín y encontrar trabajo mientras vivían en la casa de una hermana antes de que consiguieran un hogar propio. Viviendo los años de La Violencia, luego el Frente Nacional, la emergencia del narcotráfico, la proliferación de las guerrillas y claro, el genocidio de la Unión Patriótica.

Últimamente me he preguntado mucho cómo conciliar estos dos lados de mi familia, estas dos historias que han resultado en que Salomé Beyer exista; genocidio y guerra por un lado y genocidio y guerra por el otro. Cuando estaba en el colegio estudié mucho la Segunda Guerra Mundial, y ahora en la universidad estudiando historia, aprender de historiadores especialistas en esta guerra es todo lo que he hecho el último mes. En la clase de esta semana, por ejemplo, aprendí sobre Babi Yar, un barranco en Ucrania donde los Nazis masacraron a 33,771 judíos. El año pasado, Rusia lanzó misiles que cayeron en una torre de televisión al lado de Babi Yar, y Zelenskyy cuestionó en sus redes sociales, cuál era el punto del luto europeo por la Segunda Guerra Mundial si permanecían en silencio frente a semejante atrocidad.

Entonces analizamos el luto europeo, la memoria histórica y sus hipocresías. Porque después de la guerra Europa fue obligada a reconocer lo que había pasado. ¿Cómo explicaba el pueblo alemán que permaneció inmóvil mientras veían como trenes llenos de personas usando estrellas amarillas volvían vacíos? ¿Ucrania cómo reconciliaba su participación y colaboración con los Nazis? ¿Francia con las atrocidades cometidas durante la ocupación alemana?

Unos decidieron adoptar periodos de luto nacional que se acabaron en los años 50s, y luego empezaron a reconstruir. Pero su labor no yacía únicamente en la reconstrucción de los edificios bombardeados, sino en la reconstrucción de una identidad nacional separada de las atrocidades cometidas. Los alemanes asumieron un rol de víctimas, se desasociaron por completo del partido Nazi. Los franceses y los autriacos le echaron la culpa a los alemanes, y los polacos dijeron que desde la invasión alemana en 1939 no pudieron hacer mucho. Todos se lavaron las manos y la muerte organizada de 11 millones de personas cada vez más se veía como una mancha en el legado glorioso europeo.

El Holocausto produjo pérdidas incomprensibles. Aún después de estudiarlo durante años no logro conciliar lo que sucedió en Europa, el supuesto continente ilustrado, el siglo pasado. Y lo mismo me pasa con Colombia. ¿Cómo reconciliar La Violencia? Definitivamente no quisiera caer en la misma trampa que los europeos, señalando a culpables sin reconocer la parte que jugó cada actor. Sin reconocer las facetas complicadas del conflicto porque, aunque no nos guste reconocerlo, se puede ser víctima y victimario al mismo tiempo. ¿Cómo reconciliar el genocidio de la Unión Patriótica, cosa que muchos todavía defienden como medidas necesarias tomadas para proteger a Colombia del socialismo?

Casi seis mil víctimas dejó el genocidio de la UP. Lamentablemente normalizamos los números del Holocausto, y en comparación a las 11 millones de muertes europeas, minimizamos el dolor de las 5.733 víctimas de la Unión Patriótica. ¿Por qué no me enseñaron esto en el colegio? Claro, me enseñaron de Europa, sin parar de idealizarla, pero de mi propio país no me dijeron nada. De la barbarie de la guerra colombiana no me dijeron nada.

En Babi Yar aún no hay un monumento que explique detalladamente el crimen contra el pueblo judío y las minorías étnicas y sexuales cometido por los Nazis y los ucranianos. Aunque se estableció la necesidad para conmemorar este dolor desde 1991, no se comisionó un monumento hasta el 2016, y se supone que abrirá en el 2025. En Colombia nos demoramos menos,  y ya hay varias conmemoraciones a las víctimas del genocidio de la UP, aunque haya todavía personas que lo niegan.

La memoria histórica es tan importante como el conocimiento histórico. Son las maneras en las que la sociedad trata de narrar su pasado, siendo conscientes no solo de lo sucedido sino de la transformación que ojalá haya llevado a la no-repetición. Y yo no puedo evitar preguntarme el por qué tengo estos legados, y como para acabar de ajustar terminé estudiando historia y ciencias políticas. Siento que tengo una responsabilidad de contar estas historias, de explicar como se relacionan en mi historia de vida y mi linaje. Y también siento que tengo la obligación, por los antepasados que conocí y los que no, de explicar como la tragedia tiene que llevar a la memoria.

Otros escritos por esta autora: https://noapto.co/salome-beyer/

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