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La melodía anti destrucción

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Ana María Patiño Osorio tiene veintiocho años y es una de las directoras de orquesta jóvenes más reconocidas en Europa. Quiero escribir sobre ella porque, en medio de tantas noticias tristes y desastrosas que ocurren todos los días, pensar en su arte y en cómo esta mujer oriunda de La Unión, Antioquia, está construyendo su carrera, es también una forma de reconciliarnos con la belleza y de sembrar esperanza en tantos hombres y mujeres que a veces no encuentran un lugar en este mundo, ni motivaciones para aspirar a ser lo que sueñan.

Ana María participó esta semana en el concurso Malko para Jóvenes Directores organizado por la Orquesta Sinfónica de Dinamarca. No sé nada del arte de dirigir. Es un lenguaje desconocido para mí, pero siempre me ha asombrado la figura de esa persona que no toca ningún instrumento y que, a la vez, los toca todos, los comprende y logra transmitir el sentimiento de la música para que otros lo interpreten.

Ver a Ana María pasar a la segunda ronda, a la semifinal y a la final de este concurso me recuerda la importancia de seguir creyendo en el arte para eliminar barreras, crear lazos de unión en medio de tantas divisiones, y trascender las barreras que suponen los idiomas.

La música como lenguaje universal que une, de la misma forma en la que diferentes instrumentos suenan y vibran para crear una melodía será siempre un motivo superior para encontrarnos como especie.

Sin embargo, pienso en esto mientras me imagino las noches en otros lugares del mundo donde el terror lleva meses alojado de manera sistemática y despiadada. Ciudades en ruinas donde no hay espacio ni tiempo para reír o escuchar la música que alegra el espíritu. Personas que ya no conocen otro sonido que el de las bombas, los misiles y los gritos de dolor porque la muerte se convirtió en su presente.

¿En qué momento alguien que no sabe ni cómo va a sobrevivir el día porque el hambre lo adormece lentamente piensa en el arte como un remanso o tiene cabeza para recordar a qué sabe la alegría y a qué suena la belleza? ¿Cómo se lleva inspiración así sea por una pantalla a un rincón de la tierra en la que la vida dejó de ser valiosa?

Nadie tiene la respuesta, pero me aferro a esos pequeños instantes de humanidad que se destacan entre la multitud de lo macabro. Como el de una joven directora de orquesta que tiene el mismo espíritu de la poesía y la sencillez que se encuentra en la grandeza de una vida entregada al arte, a la música, a los sentimientos y emociones que nacen adentro para que otros los vean y los reproduzcan sin hacer daño. Todo lo contrario: para transformar lo que nos ha dividido, para enaltecer la existencia y la vida como parte de un todo y recordarnos que cada ser vivo de la Tierra es parte de esta sinfonía vital, y cada grito desgarrador es una pérdida inmensa,  un silencio que se cuela en la memoria de todos; y cada risa, cada expresión de humanidad y de bondad son la materia prima que nos sostiene y se convierte en la banda sonora del universo.

Por estos días de noticias donde los líderes amenazan con destruir el planeta comer si esto fuera un video juego, observar a alguien que mueve las manos y su cuerpo y que pone toda su energía en hacer sonar notas y no en sembrar terror y quitar vidas de en medio es la re significación de la barbarie. Es el antídoto —a veces no muy visible— contra el odio, la resistencia contra quienes se empeñan en vengar una tragedia con mil más.

A Ana María y a todos los directores de orquesta, a los actores de teatro, a los compositores y músicos, a los artistas plásticos, escultores; a todos los artesanos que saben muy bien que las manos, los ojos, los oídos y, especialmente el cerebro humano, se hicieron para unir puentes y resguardar los gestos de humanidad que son cada vez más escasos, toda mi gratitud y admiración por no sucumbir ante el ruido de la destrucción.

Gracias por devolverme la fe en lo humano, por demostrarme que, por más que suenen los cañones y las balas, y los destellos del cielo sean los de un misil y no los de las estrellas, en algún otro lugar hay alguien componiendo la canción que nos de aliento y nos salve. Alguien con sus manos elige la vida y la alimenta. Alguien se mueve, imperceptible, inadvertido, hacia la orilla de la esperanza y con su batuta guía a los que nos sentimos desolados.

Otros escritos de esta autora:
https://noapto.co/amalia-uribe/

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