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En 2017, Aporofobia fue incorporada al Diccionario de la lengua española y la Fundación del Español Urgente la declaró la palabra del año. Dicha palabra, que viene de áporos (sin recursos) y fobos (temor), fue acuñada por la filósofa española Adela Cortina para describir el miedo al pobre. Su idea era argumentar que en realidad no le tenemos miedo a los extranjeros, lo que se describe con la palabra xenofobia, sino a los extranjeros pobres. Nos gustan los turistas y los migrantes, pero ricos, pobres no.
La sociedad paisa se ha movido, como todas, en un vaivén ético y estético entre la legalidad y la ilegalidad. La llamada cultura mafiosa fue la consecuencia de un comportamiento social que se cimentaba en la trampa y el culto al avispado como motor de ascenso social. Por otro lado, fue la causa de otros aspectos, como la búsqueda de la plata fácil, el individualismo excesivo y la justificación de la violencia, que cambiaron, tal vez para siempre, parte de lo que somos.
La mafia ha estado transversalmente en la historia de Medellín. Mucho pobre se hizo inmensamente rico con el narcotráfico; mucho rico se hizo aún más rico “invirtiendo” en el próspero negocio -visto en parte de la alta sociedad paisa de los noventa como algo normal- y mucho político se hizo viable gracias a los dineros calientes que financiaban, y financian, campañas electorales.
Aquí la mafia estuvo, y está, en todos los estratos sociales, lo que pasa es que a los mafiosos pobres los tratamos de sicarios y a los mafiosos ricos de empresarios. A unos se les dice jíbaros y a los otros doctores.
En la llamada clase alta de Medellín -generalizo para ganar fluidez en el escrito y no abusar de “algunos”, “no todos”, lo que debe quedar por sentado- se sabe quiénes se enriquecieron con la, vamos a usar un término que les gusta más, articulación interagencial con los narcos, pero a esos dizque empresarios los juzgamos menos duro, vamos a sus cumpleaños, les hacemos homenajes y garantizamos su buen nombre y su honra con la ley mafiosa por excelencia, el núcleo del éxito de la Cosa Nostra siciliana: l’omertà, que en castellano paisa sería algo así como -me perdonan mis amigos italianos- un “shhito güevón ¡de eso no se habla!”.
¿Cómo cambiar nuestra sociedad si existe una complicidad soterrada -y a veces admiración morbosa- con estos personajes? ¿Cómo si nos encanta estar a su lado en los clubes y votar por ellos en las elecciones? La hipocresía, base de cohesión de gran parte de lo que nos encanta llamar gente bien, ha sido fundamental para que esos “empresarios de alto riesgo” campeen con total impunidad y sin ninguna sanción social por todas las esferas sociales.
No nos quejemos entonces porque somos culpables de que sigan teniendo reconocimiento, influencia y poder. O digamos abiertamente que nos molesta la mafia, pero nos encanta la mafia nostra.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/daniel-yepes-naranjo/