La luz del pez abisal

El mundo va desbocado. Hay cada día una avalancha de pronósticos de desastres que bailan entre extremos en cuestión de horas. Se quedan atrás temas sobre los que queríamos escribir, sepultados por urgencias sobre las que guardar silencio asfixia. Así dejé la historia del pez abisal, que reveló tanto sobre lo que somos, sobre la forma en que nos empeñamos en distorsionarlo todo, en prender fuegos imaginarios para fundar nuestros mayores miedos, difundirlos, confirmar visiones terroríficas de la vida y de paso inclinaciones políticas venenosas.

El pez abisal o pez diablo, una especie rarísima de dientes afilados y un cuerno fluorescente que vive entre 200 y 2000 metros de profundidad, se dejó ver en la superficie en la costa de Tenerife hace unas semanas. Como se ha visto pocas veces y no es común que salga de las profundidades, rodó en redes sociales un video del pez subiendo en ese fondo azul, entre rayos de luz, que además alguien arregló con música bellísima y cuyo efecto se multiplicó cuando se supo que el pez murió.

Vi varias veces el video. Me conmoví muchísimo. Para mí era simplemente una ilustración viva, la posibilidad de imaginar a un animal misterioso de apariencia terrorífica, que lucía vulnerable y asombroso en esa luz que le era ajena. Imaginar qué sentía con su poca visión al visitar, sin que supiéramos por qué, ese otro mundo tan lejano al suyo. Si sabría que estaba muriendo. Cómo sería su soledad luminosa. Algunos escribieron poesía a partir de las imágenes y se hicieron preguntas sobre la vida del pez. Pero otros, miles, difundieron teorías sobre cómo ese demonio —que después supimos que cabía en una mano— había subido para anunciar el apocalipsis.

La incapacidad de contemplar la realidad con sus majestuosas improbabilidades. De reconocer la belleza sin que sea nada más que eso, una de las más feroces raíces de la vida y el sentido. Qué poco fondo, qué gran vacío, cuántas ganas de que el mundo sea el ojo humano que observa lo extraordinario con paranoia. Ese ojo se ha tragado la narrativa de la guerra perpetua, de los buenos y los malos, los que lo merecen todo y los que no merecen nada, el cielo y el infierno. Adora la batalla, sentirse fuerte, ganador, medir su poder. «El más fuerte gana siempre el pulso, lo que no sabe es que hay un pulso invisible que no se disputa con el músculo, sino con la vela expuesta al viento oscilante. Eso que llamamos inteligencia», escribió David Trueba. Qué sed de inteligencia, magnífico pez abisal.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-franco-r/

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