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La semana pasada, más de 80 países y organizaciones internacionales se reunieron en Suiza para la cumbre por la paz sobre Ucrania. El evento finalizó con la elaboración conjunta de un documento que rechaza la ocupación rusa de Ucrania, que durante estos dos años ha tenido un alto costo en vidas humanas. Defender a aquel país, respaldar al presidente Volodymyr Zelensky y enfrentar sin titubeos al régimen criminal de Vladimir Putin es la posición éticamente correcta. Si Ucrania cae ante el asedio ruso, el hemisferio occidental en pleno se verá a merced de la ambición expansionista del autócrata del Kremlin.
El presidente Gustavo Petro había confirmado su asistencia a la cumbre. Incluso la directora del Departamento Administrativo de la Presidencia, Laura Sarabia, notificó al país del encuentro bilateral entre Zelensky y Petro, reunión que no llegó a concretarse porque el jefe de Estado canceló su asistencia, afirmando que dicha conferencia es “un alinderamiento al lado de la guerra”. ¡Falso! Todo lo contrario, se exploraron vías para lograr una paz justa, estable y duradera que abarque la integridad territorial, la retirada de las tropas, la responsabilidad por crímenes de guerra y fórmulas de reparación. La decisión de Petro fue una cachetada a la paz, un desplante a la humanidad que hoy se ve amenazada por el auge de los autoritarios y los violentos. Con ellos, Petro no mantiene una posición de condescendencia y aprobación que le puede ser costosa mantener de forma explícita; pero si es omisivo o dubitativo en la condena a los crímenes.
En contraste con la obstinación y el encarnizamiento ideológico del mandatario colombiano, el chileno Gabriel Boric en su discurso dio una muestra de altivez moral de la que carece Gustavo Petro. Mostró al mundo, y sobre todo a quienes miramos con cierta reticencia a los que se ubican a la izquierda del espectro político, que la ecuanimidad y la sensatez a la hora de conducir un gobierno de forma endógena y exógena dan cuenta del talante humano de quien dirige. Esta no es la primera vez que, desde que se eligió presidente, Gabriel Boric ha demostrado estar a la altura de la dignidad que ostenta. Ha dado varias muestras de grandeza, entendiendo que el activismo fue el vehículo para cautivar masas y hacerse elegible, pero que a la hora de ejecutar y tomar las riendas deben ser la razón y la evidencia las que guíen el accionar. Como cuando aceptó los resultados electorales del plebiscito que promovió para la aprobación de un texto constitucional o los sentidos homenajes, más allá de la rivalidad política, que brindó al presidente Piñera cuando este falleció de forma trágica en un accidente aéreo.
Las palabras de su discurso fueron una férrea defensa de la soberanía territorial, una reivindicación de la diplomacia y una reiterada condena a Rusia por la invasión y el hostigamiento bélico. Habló también de la necesidad de dejar a un lado la ambigüedad y la indiferencia y recalcó la idea de que tanto en este conflicto como en el que ocurre de forma simultánea en Gaza es necesario condenar la violación al derecho internacional humanitario sin matices para partir de ahí a buscar una salida de paz. Boric ha optado por ejercer sus posturas y transmitir sus ideas de forma pragmática y consensualista, sabiendo que prima el interés general de su pueblo por encima de los sesgos personales. Gustavo Petro tiene mucho que aprender de su homólogo, porque su gestión ha sido torpe, a los trancazos y sin el más mínimo asomo de elocuencia y decoro. La de Petro ha sido la vulgar imposición de sus caprichos al costo que sea, con tal de intentar mostrar una grandeza inexistente, y que en realidad revela la pequeñez e insignificancia de un hombre para el que el mundo empieza y acaba con él.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/samuel-machado/