La ira como destino

«El ferroviario no es el problema principal del país, pero tiene una tasa de encabronamiento muy alta: el viajero maltratado se convierte en ciudadano furibundo», escribió Sergio del Molino sobre los trenes en España, y pensé que muchos de los líderes histéricos que han llegado al poder alrededor del mundo han sido elegidos, precisamente, por ciudadanos furibundos. Pero, a la vez, que estamos llenos de ciudadanos furibundos por la desfachatez de los líderes que nos vienen gobernando y, también, de un entramado de instituciones que nos han convertido sin vergüenza alguna en objetos clave para sus juegos de dinero y poder.

Hace unas semanas Trump respondía, hablando del preso que envió erróneamente a las cárceles del Bukele al que le tiene sin cuidado que lo llamen dictador, que si quisiera podría liberarlo, pero que no le daba la gana. En Colombia, al ministro Benedetti le pedían cuentas sobre el impacto que tendría para la gente una decisión y respondía detallando cálculos electorales para 2026. Debatiendo sobre reducir el salario de los congresistas en Colombia –equivalente a 23 salarios mínimos legales mensuales vigentes, el segundo país en Latinoamérica con mayor desproporción entre el salario de los congresistas y el salario mínimo–, un Senador alegaba que si a alguien le parecía que les pagaban mucho…

Ya no hay máscaras a la hora de ruñirse el poder y los recursos de millones de ciudadanos que viven para partirse el lomo. No les importa nada y ya no lo esconden. Su único objetivo es ganar, decir era como yo decía, será como yo quiera. Estamos hartos de que nada funcione, de rogar hasta para pagar facturas, de contestar llamadas de extraños urgidos de ofrecer. Nos están convirtiendo en ciudadanos furibundos, exhaustos de trabajar para pagar lo que se roban los pillos y todo eso otro que no funciona. Escribió Diego S. Garrocho: “Kant se equivocó: ninguna constitución puede ser suficiente para gobernar a un pueblo de demonios. Y cuando el poder lo ocupa el peor ejemplo moral, el colapso deja de ser una posibilidad para convertirse en un destino”. Un universo de ciudadanos furibundos dispuestos a despellejarse unos a otros.

Hace unas semanas mencioné una columna preciosa del escritor iraní-estadounidense Kaveh Akbar y dije que compartiría otro fragmento. Hoy lo traigo, pues expresa el desasosiego de una manera bellísima que resume tantos sinsentidos de esta sociedad no solo furiosa, sino triste. Hablaba él de la situación insostenible para los inmigrantes en Estados Unidos, de Gaza y de su gato agonizante: “Me viene a la mente una frase de Les Murray: ‘Cansados de entender la vida, los animales se acercan al hombre para hallar el desconcierto’. Lloro mientras escribo esto. Hace años, Kocholo era una pequeña bola de polvo gris que apareció sola en el garaje de un amigo. Lo trajimos a casa y desde entonces duerme en nuestra cama todas las noches. Es un miembro más de la familia y tenemos el corazón roto de una forma sísmica, pulverizante. Es insoportable tener que escribir esto ahora mismo en lugar de acurrucarme con Kocholo y Paige. Estas horas con él son valiosísimas. Estoy furioso porque nos las han robado. Sé que es absurdo escribir sobre mi gato con la misma máquina con la que escribo sobre el genocidio. Pero estoy atado a mi subjetividad. No tengo un cerebro para pensar en una Gaza destruida y otro para pensar en mi tierno gato jadeando por la noche. Existe a cada momento una simultaneidad que el lenguaje es incapaz de abarcar. Espero que me perdonéis por mis herramientas”.

Nos estamos quedando sin herramientas y entonces, para millones de ciudadanos hambrientos, enfermos, con lomos partidos, en días oscuros y fríos o asfixiantes, sin techo, frente a la desidia, resurgen los instintos, salen las uñas y crecen y se vuelven garras. Nos están robando horas irremplazables. Porque se intenta sobrevivir al mismo tiempo que se reconoce el propio deterioro, la enfermedad de la madre, del hijo, del gato, la pérdida del trabajo, los dolores inherentes a la vida. Mientras tanto, se esfuma la belleza para la que nos dejan sin aliento y sin tiempo. Llega un punto en el que una persona no resiste más. Elige la ira. Y entonces nos gobierna la ira. La ira se convierte en nuestro destino.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-franco-r/

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