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Vi el nombre en un artículo de prensa de El País, de España. La internacional reaccionaria. No sé si ya es un asunto reconocido, pero me pareció que era preciso, ideal. ¿Cómo más llamar a esa ola de energúmenos que, bajo el amparo y el discurso de la libertad de mercado, las cifras macroeconómicas y las estadísticas, van por el mundo restringiendo derechos?
Esos son ellos, claro, pero ¿cómo entender que lleguen al poder? ¿Cómo es posible que ganen sus propuestas?
Hubo un momento en que nos dimos una respuesta fácil: sus votantes son idiotas. No podía ser de otra manera en la Inglaterra del Brexit, la Colombia del no a la paz, los Estados Unidos de Trump, el Brasil de Bolsonaro… Una gente incapaz de entender que su triunfo era también su derrota, la derrota de todos. Que sus votos reescribían la célebre frase del técnico Francisco Maturana. No fue “perder es ganar un poco”, sino “ganar es perderlo todo”.
La ola de reaccionarios no se ha detenido. Se pasearon por Polonia y siguen campantes en Hungría. Ganaron en Italia, en España casi lo logran y aún enseñan los dientes afilados en Francia, Finlandia, Suecia… Y hace apenas una semana dieron el golpe en Argentina.
Hay medios que corren a explicarnos que no son los mismos, que hay diferencias entre ellos. También nos dicen que las circunstancias de sus votantes son disímiles y que, pese a las similitudes, no se parecen tanto los unos a los otros cuando se les arrima el microscopio. Que este es un outsider y aquel no, por ejemplo. Matices.
Pero la pregunta sigue en el aire. ¿Por qué los votan? ¿Por qué hay quienes eligen —a sabiendas o no— a alguien que jugará en su contra? El periodista y director de la revista Anfibia, Cristian Alarcón, invitado al pódcast A fondo, de María Jimena Duzán, dijo algo que me quedó resonando: “Aún no entendemos bien el derecho que les asiste a los excluidos de participar en su autodestrucción”.
Hace nada me había topado con otra frase. Está en una cita que hace Carlos García Gual en su libro Grecia para todos: “Pese a todas sus diferencias, Platón y Aristóteles tenían en común la absoluta convicción de que la finalidad de la filosofía era permitir a un grupo de hombres escogidos buscar el conocimiento en una república de ciudadanos virtuosos. El estado era para ellos lo mismo que la polis, y esta constituía un elemento fundamental de la buena vida. Esta idea contrasta con la que tienen la mayoría de los pensadores modernos, que suelen opinar que la finalidad del estado es conceder al individuo la libertad de perseguir sus propios objetivos, particularmente los de carácter económico”.
De un lado están los que, abandonados a su suerte por el estado, sin importar qué lado del espectro político lo gobierne, deciden que la mejor arma para enfrentarse al mundo es el individualismo con las armas del neoliberalismo: lo mío es mío y que se joda el estado; si este mundo es un naufragio, cada quien que se busque su tabla, yo ya encontraré la mía y que se jodan todos, porque no la comparto.
Del otro están aquellos que, como canta Fito Páez, todavía no entienden “qué ha pasado en este barrio / tan tranquilo y tan callado / y quién dio la orden de cambiar el mundo”. Gente que quiere volver a antiguas formas, nostálgicos de las dictaduras, de las formas y las apariencias que asfixiaban al diferente y al débil. Personas que ven en cada triunfo, en cada nuevo derecho ganado, una amenaza. La derecha vieja encarnada en cuerpos jóvenes. Estos reaccionarios les prometen devolverlos al pasado que extrañan, incluso a aquellos que ni siquiera lo vivieron, pero lo reclaman.
Los primeros, los del naufragio, se darán cuenta —tarde y mal, posiblemente— que no hay tablas disponibles y quien les prometió nuevos salvavidas tampoco les cumplirá. En los botes de rescate irán los de siempre que, además, se llevan con ellos todo objeto que flote, para venderlos al mejor postor… o alquilarlos para sobrevivencias cortas.
Los segundos podrán sonreír con más tranquilidad, porque si algo hay fácil de echar para atrás son los avances sociales. Que se atengan las mujeres, porque su cuerpo puede dejar de pertenecerles de nuevo; los LGTBIQ+ que volverán a ser solo raros en el mejor de los casos o maricones a secas; los extranjeros, porque seguirán siendo de ellos todas las culpas; las víctimas de violencias pasadas, porque se desenterrarán los cadáveres de sus victimarios para aplaudirlos y vitorearlos. Eso sí, puede ser que las acciones vayan al alza y la economía se estabilice y digan, entonces, qué bien lo ha hecho este gobierno.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/