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Quise estudiar historia porque mi bisabuelo escapó de la Alemania nazi. Hans era perseguido porque su familia había sido judía 100 años antes, aunque ya era cristiana. Entonces se encaramó a un barco y pagó su viaje trasatlántico trapeándolo. Luego de llegar a Barranquilla, por razones desconocidas terminó viviendo en Medellín trabajando para un alemán que había escapado del viejo continente entre 1918 y 1939.
En algún punto entre las dos guerras ese hombre de apellido Luft huyó con su esposa, su hija y una compañía de importación de todo tipo de cosas. Mi bisabuelo empezó a trabajar en esta empresa y, luego de sobresalir por su excelente labor, se volvió amigo del dueño. En una invitación a su casa vio a la hija. Hans se enamoró de la que terminó siendo mi bisabuela Ruth, pero no tenía ni en que caerse muerto. Por la hiperinflación alemana después de la Primera Guerra Mundial la cervecería familiar se quebró y quedó en bancarrota. A Ruth no le importó y, aunque su papá amenazara con desheredarla, ella se casó con Hans. Murió dos meses después del nacimiento de su tercer bebé, y él, tan trabajador como siempre, sacó a su familia adelante.
Quise estudiar historia para aprender de esta terrible guerra que obligó a que mi bisabuelo huyera de su propio país, de su hogar. Quise estudiar historia porque sé que mi bisabuelo fue de los afortunados. Porque entre campos de concentración, reclutamiento forzado, propaganda fascista y vivir bajo Hitler, la mejor opción era sin duda alguna vivir en Colombia.
Entiendo que la historia la cuentan quienes ganan. Por ejemplo, en todo el mundo conocemos la Guerra de Vietnam con este nombre y celebramos la heróica misión de los estadounidenses en pro de la democracia global. Lo que no sabemos es que en Vietnam la conocen como la Guerra Americana y para ellos es motivo de luto nacional. Tampoco sabemos que los vietnamitas no querían guerra ni eran los comunistas empedernidos que nos han vendido. También conocemos al Reino Unido como un país rico, diverso, patriótico y devoto a la Reina Isabel II. Pero lo que no sabemos es que en Escocia hay protestas independentistas varias veces a la semana y detestan a Inglaterra, porque lo mismo que hicieron los ingleses con el resto del mundo lo hicieron con Escocia primero. La explotación, la violencia, las guerras, y la humillación, la colonización, ocurrió primero en su propia isla. Hemos atribuido la imprenta a Gutenberg, un Europeo blanco, aunque las primeras imprentas habían surgido en China más de cinco siglos antes de la época de Gutenberg.
También sucedió con la historia americana. Nos han vendido a los Aztecas como una civilización retrógrada que fue conquistada de manera violenta por los españoles. Como consecuencia, hemos adoptado una posición eurocentrista. Rechazamos nuestros legados indígenas, de ciudades cosmopolitas e infinita sabiduría a favor de una historia de civilizaciones europeas que emprendían viajes extensos para masacrar a otros en nombre de un rey que enmascaraba su sed de poder con una cruz. Mientras tanto, sus contrapartes americanos estudiaban el cosmos y veneraban a la naturaleza como fuente de vida.
Como estudiante de historia me duele profundamente el rechazo que ha tenido el informe final de la Comisión de la Verdad. Me duele particularmente cuando viene de personas cercanas a mí. Personas de las que pensaba que habían recibido educación de calidad. Que no habían padecido de hambre. Y más aún de personas que no se han preocupado por hablar con diferentes víctimas del conflicto armado a las que tienen en su linaje. Porque en un conflicto tan complejo, tan doloroso, hubo más de un tipo de víctima, y todas merecen ser escuchadas. Todas merecen paz y reconciliación.
Claro está que no hay una historia. Hay muchísimas historias. Y el trabajo de los historiadores es reconciliar todas las versiones que hay y con pruebas, establecer lo que realmente pasó, incluyendo todos los matices necesarios. Y esto es importante porque así como lo establece la Comisión realmente nunca va a haber futuro si no hay verdad. Quise estudiar historia, siendo colombiana, para que haya futuro. Para que por fin se le dé importancia al dolor de Colombia y se cierre el ciclo de suplicio al que hemos estado expuestos.
Les pido desde el fondo de mi corazón si han criticado el informe de la Comisión, que lo lean. Por lo menos lean sus introducciones y sus recomendaciones. Así tal vez entiendan por qué pienso que los colegios tienen que enseñarlo. Para que las próximas generaciones no tengan que aprender sobre el conflicto armado a través de padres y abuelos que casi pierden la vida por un carro bomba, un secuestro, o un desplazamiento. Para que reconozcan que ser niño en Colombia y no sufrir de abusos, de orfandad y de desplazamiento forzado es un privilegio enorme, aunque debería ser lo normal. Que se sepa que las mujeres y las niñas viven el conflicto armado —y el posconflicto— de manera diferente simplemente por el hecho de ser mujeres y niñas. Y que se hable del exilio, de verse forzado a abandonar todo sin mirar atrás para poder sobrevivir. Que se hable de esto no como una consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, como lo sufrió mi bisabuelo, sino como una realidad tangible en Colombia. Algo que sigue ocurriendo, aunque no lo queramos ver. Que aprendan de las atrocidades de la guerrilla, los paramilitares, y el Estado en un aula escolar y no en su propia piel. Que en Antioquia se sepa por qué hubo más violencia aquí que en cualquier otro departamento. Y que se haga todo lo posible para prevenir que vuelva a pasar algo similar.
Me rehúso a vivir en un mundo que olvide. Se debe reconciliar, se debe perdonar, porque la historia ha dado incontables ejemplos de dolor y sufrimiento. Pero nunca, nunca debemos olvidar. Solo así se puede construir sobre lo que ya pasó. Solo así podremos cortar con el dolor de nuestros antepasados, y solo así podremos abogar por una verdadera paz. Ni la paz de Santos ni la de Duque ni la de Uribe ni la de Petro. Porque la paz no debería tener apellido. La paz debería ser eso simplemente. Y no puede existir sin la historia. No puede existir en el olvido.