La guillotina del cambio

La guillotina del cambio

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“Hay que ser sobrio en cuanto a las novedades en materia de legislación, pues si es posible calcular en una nueva institución las ventajas que la teoría nos ofrece, no lo es conocer todos los inconvenientes que solo la práctica puede descubrir; que hay que conservar lo bueno si se duda acerca de lo mejor; que al corregir un abuso hay que ver también los peligros de la propia rectificación; que sería absurdo entregarse a ideas absolutas de perfección en cosas que no son susceptibles sino de una bondad relativa; que en lugar de cambiar las leyes es casi más útil presentar a los ciudadanos nuevos motivos para apreciarlas”

Aunque pareciera contraintuitivo, esta es una cita de un discurso post-revolucionario, ¡y no de cualquier revolución! es una cita de uno de los encargados de construir el nuevo mundo después de la Revolución Francesa, la revolución de las revoluciones. La cita es de Jean-Étienne-Marie Portalis en su discurso de presentación del nuevo código civil Napoleónico.

La Revolución Francesa fue el proyecto intencionado de cambio social más paradigmático que tenemos de la modernidad. La Revolución acabó con las instituciones de poder que gobernaban, transformó las relaciones entre los individuos y las clases, concibió nuevas formas económicas y generó una convulsión social que duró décadas para, definitivamente, forjar e instaurar a la modernidad como la nueva era imperante en el mundo. Fue el verdadero Revolutum -dar vueltas, en latín-, el cambio real y profundo de las cosas.  

Aun así, el cambio total, la revolución total, fue matizado por quienes tuvieron la labor de forjar el nuevo mundo que emergía de las cenizas de la Revolución. Nada, así se quiera, podría ser creado de cero sin tener en cuenta la construcción social acumulada en la historia, ni siquiera en la mismísima Revolución Francesa. La utópica promesa de un edén en la era del cambio es una mentira descarada, pero la búsqueda sincera y obstinada de ese paraíso en la tierra es una peligrosa ingenuidad.

En Colombia tenemos un gobierno que está obstinado por encarnar el cambio total. Esta obstinación pareciera desconocer la idea de avanzar, porque avanzar implica necesariamente recoger las millas caminadas y guiar hacia adelante. Por el contrario, el gobierno saca a marchar a sus simpatizantes, con una evocación guillotinezca, para presionar al Congreso para que acepte el arrasador cambio: una serie de propuestas que pretenden desconocer los logros acumulados que nuestro país ha construido gracias a la experimentación, el conocimiento y el debate que se ha dado en nuestra época republicana. Un cambio que pretende empezar de cero más que un cambio cuyo objetivo es avanzar.

La idea del cambio es necesaria. Las sociedades buscan oxigenar sus ideas y cuestionar aquellas que se enquistan en sus estructuras más profundas. Este proceso alimenta el debate público y permite la reflexión sobre lo que no está bien, pone los reflectores sobre los lugares oscuros y facilita la imaginación para concebir otros mundos posibles. Celebro que este momento haya llegado para Colombia, pero la idea de cambio no debería ser sinónimo de guillotina: no tenemos que cortar todo lo que está construido por la promesa de un edén después del cambio. Por último, una advertencia: “Las utopías que pretenden arreglarlo todo pueden dejarnos sin nada”.

PDTA: la idea de esta columna fue producto de la siempre inspiradora compañía de Estefanía Serna. A ella, todo la gratitud, cariño y admiración.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mateo-grisales/

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