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“Si usted tiene un bolsón de Tusi, ya sabe que tiene a 4 o 5 chimbitas encima”
“Todos van y quieren ir detrás del rosadito. Cualquiera puede tener cocina, pero con permiso de la oficina”
“Lo más chimba es cuando uno mete “Magia” (Tusi premium) porque eso lo eleva a usted al cielo”
Estas son algunas de las expresiones recurrentes en muchos Pelaos del barrio que han convertido el Tusi en una sustancia aspiracional y que hoy se está volviendo un problema de salud pública para la ciudad y el país. Algunos van detrás del Paralelo, el estado de máxima euforia que involucra alucinaciones y alteración profunda de los sentidos; otros simplemente lo han convertido en la puerta de entrada y aceptación a un mundo de chimbitas, guaracha y fiesta eterna.
Échele Cabeza y la Universidad de Caldas acaban de revelar un estudio sobre esta sustancia, con muestras recolectadas en Medellín y Bogotá que nos ponen grandes alertas:
- La mezcla peligrosa entre cafeína, ketamina y MDMA que produce una interacción entre sedación y estimulación;
- El hallazgo de oxicodona, el tercer opioide que está causando mayores muertes por sobredosis en los Estados Unidos
- El cóctel mortal de analgésicos como el paracetamol, de estimulantes como la cocaína y las metanfetaminas, y de depresores como el clonazepam, que combinado todo con alcohol genera una intensa y peligrosa depresión del sistema nervioso.
Pero, ¿cómo hemos llegado hasta acá?, ¿qué se nos está escapando como sociedad?
Lo simple y equivocado ante esta situación es asumir una actitud desde el Adultocentrismo, que en estudios de juventud significa mirar los problemas y las soluciones solo con los lentes del mundo adulto. Ahí es normal que aparezcan expresiones como “Esta juventud está perdida”, “No saben lo que quieren”, “Eso es por falta de valores en la casa”, y muchas más que evidencian un profundo desconocimiento de lo que sienten, piensan y quieren los jóvenes, y lo que los lleva al uso excesivo de esta y otras sustancias.
El Tusi no solo representa una droga de escape y de fiesta; se ha convertido sobre todo en un aspiracional estético, que se conecta a su vez con muchas de las crisis que hoy estamos viviendo: salud mental, control ilegal de sustancias y ausencia de propósito individual y colectivo.
Esta es la generación de jóvenes que aprendió a imaginar durante la pandemia, que pudo ver con sus propios ojos el fin del mundo y de sus mundos. Mientras estaban creando su identidad y encontrando su lugar, recibieron estímulos y aspiracionales en redes. A su vez, han venido cargando -como otras generaciones- una serie de dolores no tramitados asociados a la carencia, el maltrato, la violencia y el abandono. La combinación de esto es una carga profunda del pasado (depresión) y un miedo terrible al futuro (ansiedad).
Los combos en los barrios han aprovechado esta situación, ellos saben bien que un joven roto representa un cliente fijo que siempre querrá más y más pues, ante la incapacidad de muchos de ellos para mirarse hacia adentro para tramitar sus preguntas y sus asuntos, lo mejor es encontrar alivio en la fiesta y la ebriedad excesiva. No hay regulación, no hay conversación sobre consumo responsable, no tienen ni idea de en lo que se están metiendo, y ante la pérdida de la empatía de sus Dealers -a los que que solo les interesa su dinero-, se exponen a una zona gris que los puede llevar a la adicción, la ruina económica y hasta la muerte.
No estamos solo ante un problema de salud física o mental, lo que tenemos al frente es un vacío en el espíritu de nuestros jóvenes, una alienación producto de aspiracionales imposibles de cumplir y un aprovechamiento de avivatos que se quieren enriquecer con la tristeza y la soledad de nuestros tiempos.
Pero como siempre en nuestra sociedad, nuestra bella villa, donde están los problemas también aparecen las soluciones, y en la capacidad sensible, creativa y corajuda de esta generación, reside también la respuesta a los desafíos que emergen de nuestros barrios.
Sin duda, necesitamos un gran programa público-privado de salud mental para jóvenes, en sus lenguajes, sus estéticas, sus formas, en sus lugares; que ellos puedan acceder fácilmente a terapia de calidad, hacer tratamiento a este absurdo policonsumo, y que ojalá en algún momento encontremos en el consumo responsable y terapeútico de psicodélicos parte de la solución que esperamos. Mover la mente y los neurotransmisores de otras formas, para que pueda emerger el verdadero SER.
La escuela como espacio e institución tiene que ser un lugar de cuidado. No es posible que hoy un psicólogo de un colegio público tenga que atender a más de 1.000 estudiantes, todos con problemas similares o peores, y que aparte de sus cargadas funciones tengan que estar obligados recogiendo firmas para un aspirante a la Alcaldía, con el miedo de perder su trabajo si no lo hacen; eso es criminal con nuestros jóvenes. Hay que hablar de consumo responsable en la escuela, hay que quitar el velo y la zona gris que hoy hace peligrar nuestro presente y nuestro futuro.
Por último, hay que levantar el espíritu de nuestras juventudes, ahí necesitamos arte y más arte, pues las experiencias estéticas y profundas, como espectador y creador, mueven neurotransmisores y emociones similares a los de cualquier sustancia. La gran jornada complementaria en artes de la mano de colectivos culturales de los barrios, una tarjeta de consumo cultural con transferencias monetarias (Tokenizadas) directas para los jóvenes y circuitos de festivales barriales permanentes que muevan otras estéticas.
En este espacio ya me han leído mi disco rayado sobre la nueva narrativa de nuestra ciudad asociada al talento, pues ante esta situación sigo creyendo que ahí está parte importante de la respuesta. No tenemos una generación rota, tenemos una generación repleta de talento, de sensibilidad y capacidad creadora que está esperando un abrazo, una caricia, un espacio de trámite de lo que tienen adentro y están esperando nuevas experiencias y aspiracionales que muevan su química cerebral, pero sobre todo que muevan y llenen su espíritu.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/wilmar-andres-martinez-valencia/