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El populismo no es retórica, ni simple demagogia. Se trata de un profundo fenómeno de masas que trasciende la palabrería y se sitúa en un plano de la vida anímica colectiva capaz de borrar las fronteras entre el principio de realidad y el delirio. Para lograr el advenimiento del “momento populista” deben alinearse diferentes factores como el surgimiento del padre-caudillo, una determinada disposición afectiva -bien sea rabia, indignación o esperanza- y una discursividad estereotipada por medio de la cual se consiga, en su uso, religar la compacta masa anónima en donde ha desaparecido el individuo en función de la supremacía del grupo. Junto a esto, el rebaño populista requiere además un antagonista, una némesis que encarne todo aquello que necesita ser odiado, destruido, y en contra de lo que, por diferenciación, se edifica la propia identidad del grupo.
En Colombia presenciamos la concreción del momento populista en el 2022, con la llegada al poder de Gustavo Petro, aunque la configuración completa del fenómeno de masas venía acaeciendo varios años atrás, tal vez desde el 2018, cuando el caudillo volcó todas sus fuerza a las plazas públicas, arreciando en su retórica contra las “élites blancas” que durante 200 años habrían mantenido al “pueblo” en un estado de opresión, opresión que, sólo por él y en él, tocaría a su fin y llevaría al nacimiento de una nueva sociedad. Poco a poco las plazas públicas pasaron de unos cuantos cientos de asistentes a convertirse en espacios donde miles de personas, entre cánticos y lágrimas, compartían un fervor religioso.
El Populismo, cuyo fundamento psicológico es el delirio colectivo, choca una y otra vez contra la realidad, contra la realidad de las cifras, contra la tozudez de los hechos. De ahí su fracaso. La esencia política del populismo es su incapacidad para cumplir lo que promete. Este incumplimiento de sus promesas suele atribuirlo a un factor externo, como el “complot” de las élites, o a una “traición” interna, y nunca a su propia incapacidad. En este proceso, dividen entre amigos y enemigos al conjunto de la sociedad, agudizando sus contradicciones y enfrentando a unos contra otros. Por esta vía se consolida, como consecuencia, una afectación en los distintos indicadores económicos y la erosión de la confianza en las instituciones democráticas. Después de esto, y cerca ya de la debacle, se despliega la deriva totalitaria a la que tiende todo populismo.
No de otra forma ha operado nuestro populismo criollo, el cual podemos dilucidar mejor a través de uno de los muchos ejemplos que nos muestra a diario. Sucedió así: frente a la condición de hambre, pobreza, marginación y corrupción que vive La Guajira colombiana, el gobierno de Gustavo Petro anunció la puesta en marcha de 40 carrotanques para llevar agua a las distantes rancherías desperdigadas a lo largo del desierto en donde habita el pueblo wayuu. ¿Qué pasó? Los carrotanques, que llegaron a finales de agosto del año pasado, llevan 7 meses parqueados en una base militar del Municipio de Uribia. Hace poco rodaba en redes un vídeo donde se veía a uno de estos vehículos enterrados en la arena, producto de la toma de decisiones sin sustento técnico, sin planeación, sin capacidad de gerencia y con nulos resultados.
Pero esto no es todo. Sumado a la gravedad de lo anterior, la intervención populista en la Guajira está siendo investigada por las autoridades debido a la existencia de sobrecostos en la compra de los carrotanques, que podrían ascender a miles de millones de pesos. También se investiga la empresa con la que se llevó a cabo la compra multimillonaria, pues dicha empresa no contaba con la experiencia ni con el músculo financiero necesario para la venta de este tipo de vehículos. No hubo tampoco convocatoria pública y el contrato firmado carece de información y abunda en inconsistencias y contradicciones. Este caso flagrante de corrupción ha hecho rodar varias cabezas, como la de Olmedo López, director de la UNGRD, entidad encargada del proceso, o la de Víctor Meza Galván, funcionario que fue declarado insubsistente y quien amenaza con encender el ventilador.
El populismo es fracaso para las sociedades y constituye hoy en día la peor amenaza que enfrentan las democracias occidentales. Pero si la historia nos alecciona una y otra vez acerca de las consecuencias nefastas de este fenómeno, ¿por qué razón caen en él las sociedades? ¿Cómo hacerle frente, si se trata de experiencias que apelan a la emocionalidad, y no propiamente a la razón o al argumento? Estas son algunas de las cuestiones que debemos encarar los colombianos si queremos evitar el abismo el que nos conduce el populismo petrista.
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