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“Todos los seres humanos podemos vivir en la verdad, crear belleza, hacer justicia y tener compasión. Y esta es nuestra verdadera identidad.”
Rob Riemen.
“…que en la rutina, en el día a día, en el aburrimiento, no dejan de pasar cosas estupendas, delirantes, divertidas, casi aventuras heroicas.”
Manuel Jabois.
Celebro el poder de lo diminuto a partir de una escena casi invisible, pero fundamental en el tejido del universo. Imágenes que he visto una vez tras otra porque inciden en el ritmo del corazón y tienen el poder de sacar a la superficie la manera en que la compasión y la belleza constituyen la base para la alegría. Una alegría de esas a las que se puede volver mentalmente cuando urge.
Me refiero a un video enviado por una amiga que me conoce lo suficiente. Una mujer muestra a una abeja deambulando por un caminito de tierra, que empieza a seguirla buscando los colores de sus accesorios, hambrienta. Tras ofrecerle una flor y ver su voracidad, la mujer comprueba que solo tiene un ala, entonces se la lleva a casa y le construye un refugio de flores frescas, agua azucarada y “una pequeña cueva en la que se relaja a ratos”. Cuenta que lleva tres semanas viviendo con ella y que está fuerte y animada. Se ve a la abejita saltando de flor en flor, bañada en polen, reposando en su cueva, extasiada, viva. Y dice la mujer que eso se ha convertido en un componente anhelado de sus días.
Hay un precioso intercambio de esperanza en esa historia a partir de no descartar automáticamente lo que se nos ha mostrado como insignificante. Nos hemos acostumbrado a un mundo en el que no hay nada que hacer con una abeja que no puede volar y no a uno que lleve a imaginar ese refugio de flores, un nuevo universo minúsculo para paliar el dolor y aferrarse a lo posible, que es, en el fondo, la esencia de la vida. Lo que siente el otro siempre será mayor que lo que imaginamos. Entonces, como en todo, ir más allá de ese plano general y frío determina quiénes somos.
Dice el escritor noruego Karl Ove Knausgård que “cuando la visión del conjunto del mundo se amplía, no sólo disminuye el dolor que causa, sino también el sentido. Entender el mundo equivale a colocarse a cierta distancia de él. (…) Cuando lo tenemos al alcance de nuestros sentidos, lo fijamos. A lo fijado lo llamamos conocimiento”. Por eso insisto siempre en el acercamiento a los dolores ajenos, a la naturaleza, a las realidades que nos son extrañas, porque hay cosas que solo podemos entender tocándolas y solo entendiéndolas las podemos sentir.
Salvar a esa abeja sin un ala que sobreviviría sin cumplir con su labor polinizadora en la naturaleza ilustra el valor de cada vida por sí misma, antes que por lo que pueda producir o aportar. Es el rechazo rotundo al abandono del vulnerable, una base compasiva que afirma la importancia de lo que siente cada ser y su derecho al gozo y a la tranquilidad. Esa certeza que sería un alivio. Nuestro refugio florecido.
Decía Sergio Fajardo en el último episodio del podcast Universo No Apto que una de las claves de la educación era la curiosidad: preguntarse el por qué de las cosas. Hacerse preguntas es estar vivo y querer descubrir lo extraordinario que se esconde tras lo que hemos llamado normalidad. Y así, creo yo, es que se construye la esperanza, que está en el corazón de lo diminuto.
Me dijo mi amiga que cuando vio el video pensó que eso sería algo que haríamos mi esposo y yo. Y tenía razón, aunque esas imágenes potenciaron mi creatividad. Pero me alegra que me identifique con rescatar una abeja, que es conmoverme con la vida, salvar la belleza, intentar ser colchón para las horas de ese animalito milagro, así sean sus últimas —o precisamente por eso. Porque un mundo en el que alguien se detiene para proteger un insecto y se regocija con la extensión de sus días en calma es un mundo en el que la filigrana del universo se teje con maestría y, por tanto, es capaz de cargar con el enorme peso de todo lo demás.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-franco-r/