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¿Por dónde empieza uno a desmontar el mundo que lo rodea?
Crecí en una casa —me di cuenta tarde y ya mayor, pero así fue— donde el peso de la organización financiera, el músculo del abastecimiento fue, durante muchos años, mi mamá.
No porque tuviera un padre ausente, todo lo contrario. Pero esas temporadas en que estaba allí a la salida del colegio para devolvernos caminando a casa con una parada a comer paleta, eran consecuencia del desempleo obligado del emprendedor (aunque en aquellos lejanos 80 no lo llamaban así).
Era ella quien manejaba. Era él quien nos llevaba el desayuno a la cama… y nos planchaba la ropa y nos levantaba para ir al colegio y nos despachaba.
Pero me voy por las ramas de la nostalgia. Aunque algo de eso hay en mi actual hogar.
A lo que voy es que no era mi casa, pese a que fuimos cuatro hombres y una mujer, un reducto del machismo. Tampoco un paraíso del feminismo, pero siempre en el camino de ser aliados.
No recuerdo nunca un “los niños no lloran” o un “eso es para niñas”. Así que podíamos pedir lo mismo un balón de fútbol que un peluche como regalo de cumpleaños.
En mis años de periodista y editores, de quienes más aprendí fue de mis editoras.
No sé bien adonde quiero llegar con todo esto. Debe ser, creo, porque tardo a veces en entender el trasfondo machista de alguna situación o porque me topo aún en situaciones donde saltan los chistes fáciles que ya no causan gracia, pero que alguna vez juzgué divertidos.
O porque me encuentro, de vez en vez, intentando explicarle a alguien por qué eso que a él le parece simples ganas de polemizar es un proceso de cambio más que justo, sino que estamos tarde y en deuda de lograrlo.
Y al final siempre es lo mismo cada vez que llegamos al tema: la cara de descreimiento ante los argumentos y las razones, la negativa a la idea de haber crecido en un mundo básicamente machista, la falsa intuición de que basta con realizar un par de tareas domésticas para equilibrar los siglos de desigualdad; el convencimiento de que, si alguna vez fue necesaria la batalla, está ya fue y las cosas están bien como están. Y que lo que quedan son pequeñas islas donde gente radical obliga a las mujeres a vivir bajo telas que las ocultan de los demás. Que el machismo existe, sí, pero está en otro lado, lejos de aquí.
No vengo aquí a posar de feminista, porque sé que me falta camino y aprendizaje. Vengo es a confesar, con la certeza de quien ya entendió que no lo sabe, que es difícil el asunto este de deconstruirse. Pero ahí vamos.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/