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La desaparición (la metamorfosis)

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Cuando, una mañana, José Coral se despertó de unos sueños agitados, se encontró en su cama transformado en un guerrillero. Atado a su brazo derecho se encontraba un fusil viejo que reposaba sobre su pecho. Esos solo los había visto en televisión. Tenía puesto un uniforme camuflado, como el de un militar, pero estaba sucio y hasta rasgado. No era suyo. Supo que era un guerrillero por el brazalete en con la bandera de Colombia en su brazo izquierdo. Al levantar un poco su cabeza, notó que llevaba unas botas negras pesadas. No eran las suyas. Estaban sucias y, su cama, peor. Sintió un peso adicional en su bolsillo derecho. Había una granada. ¿Qué me ha ocurrido?, pensó. No era un sueño.

José era profesor de español en la escuela del pueblo. Ese día debía estar faltando quince para las seis en el salón. Pensó que seguro no había dormido bien. La situación en el pueblo estaba difícil. Los paramilitares habían llegado hace una semana y estaban emprendiendo una campaña de limpieza social. José conocía a uno que otro guerrillero por sus viajes hacia las veredas, pero nunca se había unido a esa lucha. Los rumores decían que estaban matando a todos los que apoyaran a la guerrilla. Argemiro, el dueño de la zapatería, había aparecido muerto dos días atrás. Los paramilitares celebraron la baja, gritando que ese verraco era un sapo e izquierdista. A todos en el pueblo los tomó por sorpresa, sabían que Argemiro nunca había usado un arma. Lo único que José sabía de Argemiro es que era marica.

Alguien tocó su puerta tres veces. “Mi tesoro, buenos días”. Era su mamá. “Son las cinco y media, ¿no tienes que trabajar hoy?”. Miró su despertador. No lo había escuchado. Intentó ponerse de pie rápidamente, pero el peso del fusil le impidió levantarse. De alguna forma estaba completamente adherido a su brazo. La ventaja es que su brazo izquierdo estaba libre. Utilizó todas sus fuerzas para removerlo, pero fue en vano. No podía ponerse de pie. Parecía como si hubiese un imán debajo de la cama que atravesaba el colchón, su cuerpo y se conectaba con la pistola. Su mamá volvió a tocar. “José, mi amor, ¿estás bien?”. Cuando abrió la boca para aclarar todo y pronunciar su primera palabra del día, no salió nada. Tan solo una especie de quejido, como el sonido del viento. “¡Abre la puerta!”. Le ponía seguro para ganar un poco de independencia. Pronto compraría su propia casa.

Su papá dejó el tinto en la mesa al escuchar semejante alboroto. Se dirigió hacia el cuarto de su hijo y encontró a la mamá en el pasillo. “José David no responde, algo le pasó. Me voy a asomar por la ventana”. El papá tocaba la puerta con fuerza ¡José!, ¡José!, ¿qué pasa? y la mamá salió a la calle para intentar ver entre las cortinas que cubrían la ventana del cuarto de su hijo. Una pequeña ranura entre ellas le permitió ver. En este instante, ella hubiera preferido estar ciega. Se desplomó y gritó. Sabía que su hijo no era un hombre de armas. De hecho, no prestó servicio militar por una limitación física: el brazo derecho no le respondía desde su nacimiento. Gritó porque supo, por instinto, que a su hijo lo iban a matar.

Margarita, la vecina, escuchó el alarido mientras calentaba una arepa. Salió de su casa rápidamente para comprobar el origen de semejante despertador. En pocos minutos, la ventana estaba llena de vecinos curiosos que se acercaban al escuchar los quejidos de doña Carmenza. “Al menos se mueve. Vea que ahí está parpadeando”, le dijo Jairo a don Arnulfo, el papá de José. En ese instante también llegó la camioneta oscura. La gente ya la conocía. Se bajaron dos hombres armados hasta los dientes que hablaban con un acento de otro pueblo. “Ajá, ¿qué es lo que pasa aquí?”. José escuchó la camioneta y la pregunta. Ya estaba sudando de tanto intentar levantarse. Solo lograba medio alzar su cabeza. ¡Ayúdenme!, intentó gritar. Sintió los golpes sobre su puerta. “José, ¿puede entrar a verte el señor teniente?, preguntó el papá. ¡No!, contestó sin éxito. “Creo que dijo algo”, comentó su papá. Aunque la voz de su hijo le recordó a la voz de un fantasma. “Joven Coral”, exclamó el supuesto teniente en voz más alta, “¿qué es lo que le pasa? Yo lo tenía por una persona tranquila y juiciosa, y ahora, de pronto, parece como si quisiera hacer alarde de una conducta extravagante y caprichosa”.

Llorando, su madre les dijo que él era un buen muchacho. “Es profe de español en la Ramón Salgado”. “!Peor aún!”, exclamó el teniente, “seguro que ha estado adoctrinando a varios pelaos. Ya se habrá llevado a más de uno. Puta, este pueblo está jodido. Jaime, llámese al 1/20 que a este toca sacarlo de acá”. Su mamá insistió, “dios mío, es un malentendido, a él ni siquiera le funciona el brazo derecho”. “No nos diga mentiras señora, las pruebas son contundentes. Este muchacho es un cerdo de esos”. El teniente logró levantarlo de la cama sin problema. Lo tiró, como quien arroja un saco de café, en el volco de la camioneta. Los espectadores murmuraban, sorprendidos al ver a José uniformado, pero moviendo la cabeza de lado a lado desesperadamente.

“Vamos a liberar este pueblo”, gritó el teniente antes de montarse. “Ninguno de estos cerdos hijueputas va a quedar por ahí. Sepan quiénes son sus vecinos y sepan muy bien quiénes son sus hijos. A este seguramente le cortaron la lengua sus camaradas. Son capaces de torturar y ni siquiera tienen compasión con sus propios soldados”.

Nunca volvieron a saber de su hijo. Salió una foto de él, tal cual como lo sacaron de su casa, en la prensa local y nacional que confirmaba su muerte. La noticia decía: “Cae alias Escarabajo, pieza clave de las FARC en Antioquia”. Los vecinos y la comunidad rechazaron a Carmenza y a Arnulfo. Los dos tomaron la decisión de tomar un transporte y dirigirse hacia Medellín. Arnulfo murió de tristeza a los dos años y Carmenza, que todavía vive a punta de lucha y búsqueda, hoy sale a marchar por en el Día Internacional de las Víctimas de Desaparición Forzada.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/martin-posada/

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