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¿Hasta qué punto puede llegar la cruda indiferencia? Como especie, hemos tendido a ser egoístas e interesados en nuestro propio bienestar, a dejarnos llevar por las primeras impresiones y a primar los pequeños problemas que tengamos, sobre las grandes catástrofes que sufren otros.
Es cierto, y todas las especies de la naturaleza, en buena medida, son así. Arrastradas por el instinto de supervivencia, hacen lo que tengan que hacer para sobrevivir, sin tener muy en cuenta los intereses de los otros. El problema no radica allí. La naturaleza tiene la capacidad de equilibrar esas indiferencias y de darles su justa medida para que, como un todo, terminen siendo acciones necesarias para mantener el balance que se necesita, para dejar que la vida fluya y se mantenga.
El problema radica en que como seres humanos nos hemos vuelto expertos y, como casi todo, lo hemos llevado al límite. Al punto de que muchos de los problemas más grandes que vivimos nacen de ahí o se potencian exponencialmente al causar un entumecimiento y ceguera que impide ver más allá del propio ser.
Cada vez existen más barreras que nos separan de lo externo y del otro. Barreras físicas y digitales. Cada vez es más fácil distanciarse. Y con tanta distracción y cosas por hacer, no hay tiempo para ver más allá de lo que me genera placer inmediato.
Romper con esa tendencia no es fácil, y creo que termina siendo imposible, al menos para romperla del todo. Pero sobrepasar esa línea inicial que nos ponemos alrededor nuestro y poner por encima de nuestros intereses, los intereses de otro, es un acto de valentía y de amor puro cada vez más escaso. Pero cada vez más necesario.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/esteban-perez/