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El motivo de las expediciones de fin de semana que organizo con mis amigas es un río. Recorremos la carretera, pagamos los peajes y andamos la trocha porque al final está ese río. Nos desvestimos ansiosas para entrar en sus aguas. Para saber cómo se siente el frío en la carne. Para tocar la corriente que nos rodea. Ese río nos habla: hay días en que nos deja montar su lomo erizado y otros en que nos invita a sentarnos en sus orillas para verlo pasar furioso. Ir a ese río es viajar a un mundo en donde el agua y la piel pueden juntarse. La piel de nosotras y la de los renacuajos, las aves y las serpientes que se bañan también en ese río. 

Ese río, el de los fines de semana, es el que evoco en las tardes de sol para refrescar mis pensamientos acalorados. Y entonces, por la ventana del tren que me lleva a casa, veo otro río: este río, el que lleva el nombre de este valle. 

Este río que perdió sus curvas para encajar en la cuadrícula de la ciudad, que recibe los desechos de todos, las carnes muertas de algunos y que de vez en cuando amenaza con desbordarse. Este río en el que nadie se baña por placer, que parece más una cloaca que un río y que nos grita que se está muriendo. Sigo en el tren y pienso que en esta ciudad hay una niña que sólo ha visto este río y que a esa niña le dicen en el colegio, dibuja un río, y que ella dibuja una raya café con bordes grises, espuma y basura y dice: aquí está el río, profe.

En mi estación de destino hay un puente que cruza este río. Lo miro desde arriba y alcanzo a ver el río al que llega este río y el río que recibe a los dos ríos juntos. Al final veo el río grande al que llegan este río que me grita y ese río que me habla. Parecen distintos, pero son el mismo.

El verbo de moda en Medellín es “recuperar” y me gustaría que alguien lo conjugara pensando en el río Aburrá: en este río que pasa debajo de los puentes de diez ciudades en disputa y que luego atraviesa tantos otros lugares cargando nuestras miserias. Sería la única forma de honrar una palabra que ha perdido su sentido a fuerza de usarla para mantener el orden injusto de siempre. 

Para recuperar el río Aburrá primero tendríamos que devolverle su lugar, restablecer las reglas del mundo en el que reina el agua y poner en primer lugar la vida: una empresa que vale la pena porque los beneficios de ejecutarla serían realmente para todos.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/valeria-mira/

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