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En la casa de mis papás, al lado de la barra del comedor, reposa una caja de considerables dimensiones en la que probablemente recibieron un envío. La caja tiene dos características particulares: por uno de sus lados se abre un agujero cuadrado recortado medio chueco que deja entrever el espacio negro y vacío de su interior; y el cartón de la tapa se encuentra hundido, apachurrado, arrugado, como si sobre este se hubiera presionado muchas veces un peso considerable.

La caja tiene es habitada de forma itinerante por Mantecado, nuestro gato. Mantecado tiene poco más de un año; como nunca se se sabe bien la edad de los adoptados, se puede decir que tiene alrededor de un año y dos meses de edad. Cuando llegó, era despelucado, tenía los ojos azules y chillaba mucho. Hoy chilla mucho, pero no conserva las otras características; al contrario, tiene los ojos verdes y un lindo cabello liso que se cae todos los días, pero, no es tan lindo como el de Frida, nuestra gata.

La existencia de Frida se cuenta más o menos en dos años y medio, aunque con nosotros está desde sus dos meses, igual que el gato. Cuando la recibí, cabía en la palma de mi mano. Al verla en persona por primera vez, me inundó una indescriptible felicidad, me atrevo -muy atrevido- a decir que es lo más cerca que he llegado a estar del sentimiento de un padre al recibir por primera vez a su hijo. Pensaba: “voy a amarte y protegerte toda la vida”.

Frida, quien llegó de primera, fue el resultado de años de insistencia y perseverancia. No recuerdo desde cuándo quise yo un gato, no desde siempre, porque de niño quería era un perro; en algún momento me cambié de bando. Sin embargo, recuerdo de mucho tiempo atrás que ante mis múltiples súplicas por un gato, mis papás respondían: “cuando vivamos en una casa”, “cuando te puedas hacer cargo tu solo”, “cuando…”, “cuando…”. La lista de requisitos sine qua non a cumplir para poder traer un gato parecía interminable ante mis ojos, parecía la promesa que nunca se va a cumplir, lo que dicen los papás por salir del paso.

Llegó el día en que pudimos vivir en una casa, además, el día en que yo tuve trabajo y podía hacerme cargo de algunos gastos. No di espera y desde que llegamos a nuestra primera casa hace 2 años y un poquito, le notifiqué a mis papás que se habían cumplido los requisitos y que, por lo tanto, tendríamos un gato. Al principio no les sonó la idea, tal vez nunca tuvieron la intención de cumplirla, tal vez esperaban que yo me olvidara de sus palabras. Recuerdo que surgieron nuevas condiciones: “sólo si tu hermano está de acuerdo”, “se puede, pero que no se suba a los muebles”, “tiene que dormir contigo”. Con el visto bueno de mi hermano, puse los planes en marcha. De acuerdo con mi galería de Google Photos, Frida, la gatita que cabía en mi mano, llegó a nuestras vidas el 22 de noviembre de 2020.

Frida empezó durmiendo conmigo, en el pedazo de almohada que yo no usaba -porque yo sólo me acuesto sobre la puntica-, como parte de una módica inversión que debí realizar para tener todo lo que ella iba a requerir se le había comprado una cama de 80 mil pesos, pero la cama de los gatos es la que ellos escojan y casi siempre, es uno mismo. Esa gatita empezó su vida con nosotros en mi habitación, un pequeño balcón que esta tenía y el murito de la ventana que quedaba a la misma altura de mi escritorio. Luego de despertar, se acostaba en el montón de ropa que dejaba yo al entrar en la ducha; en las mañanas, miraba a los niños jugar en la calle, también íbamos al baño al tiempo -curiosamente- porque su arenero era en mi baño. En las tardes dormía sobre el teclado de mi computador mientras yo trabajaba. Al par de meses, su mundo creció: yo la acompañaba al resto de la casa, a correr por las escaleras y a saltar en los muebles, también la dejaba al cuidado de mi mamá y juntas hacían la siesta. Mi papá se la echaba en las piernas mientras trabajaba en el estudio; desde que la vieron, mis papás aceptaron eliminar dos de sus requisitos finales.

Frida creció, aprendió a pasar la noche de cama en cama donde mejor le place, se decidió a comer sólo cuido fino y a tomar agua de la canilla.

Mi hermano y yo habíamos tomado la decisión de independizarnos. Debo confesar que yo ya sabía que se venía el momento de dejar el hogar de mis papás y parte de la decisión de adoptar gatos se dio por la intención de dejarles una compañía. Uno se llena de argumentos tontos para traer el segundo gato: que el primero se siente sólo -aunque uno mismo sea su manada- o que a ambos les servirá para desarrollarse como gatos. Por ejemplo, nosotros pensamos que Frida merecía cumplir su ciclo natural y tener un hijo, aunque estuviera esterilizada. El 15 de enero de 2022, llegó Mantecado, parece extraño, pero son iguales, aunque no son familia.

Mantecado encaja bien en la descripción de una plaga: se comía la comida de la gata, aunque esta fuera de adulto y la suya de cachorro; también los restos de carne que echábamos a la basura e incluso le ha pegado el diente a cosas que estamos cocinando. Ha hecho más daños que Frida en la mitad de tiempo de vida, la molesta hasta desesperarla, ¡ella nunca pidió otro gato! Parecía incluso que no iban a tolerarse y llegamos a considerar devolverlo para garantizar el bienestar de Frida. Sin embargo, el gato tiene también características destacables: es sorprendentemente fotogénico, podría ser gato modelo, maúlla como si estuviera teniendo una conversación, tiene una particular necesidad de estar casi siempre acompañado por uno y se acuesta sobre la caja del comedor como si fuera una cama, al punto de tenerla toda aplastada.

Pienso que Frida y Mantecado viven vidas muy felices. Sin embargo, aunque estimaba que los gatos podían ser buenos compañeros, divertidos y alegrar la casa, ellos ofrecen algo más que no puedo describir, un sentimiento que va más allá de la felicidad, del amor, del agradecimiento, no sé cómo lo hacen y por qué nunca tuve otras mascotas. Tampoco sé si otros animales lo hacen, pero he encontrado que tienen un talento para llenarnos, para dar propósito, nos cambian la vida de muchas maneras. Así como ellos no pueden hablar, no puedo yo poner en palabras exactas eso a lo que me refiero.

Por ahora, seguiré anotando sus pequeños detalles, haré la siesta con ellos, recordaré cada etapa de sus vidas y disfrutaré de cada instante en que pueda contar con el privilegio de estar en su presencia; aunque se vea raro, siempre tendrán por toda la casa, cajas para habitar o destrozar según les plazca.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/pablo-estrada/

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