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Ninguna nube cubre el sudor de los vendedores ambulantes de Cartagena. Todos se copian, en sus búsquedas, sin mucha intención. Algunos deciden vender los mangos jugosos de los árboles de sombras, hay veces ya cortados y alimonados, otras veces completos y del tamaño de la cabeza de un niño. Algunas deciden encontrar su vida entregándole sus caderas y alegría a los turistas tiesos y quemados por el sol implacable de la capital del Bolívar. Sus ventas tienen orígenes casuales. Algunas son tradiciones heredadas. Otras son innovaciones de las nuevas épocas. Así como los raperos con sus versos teatrales. Todos buscan.
Somos un país de contrastes. De bellezas, naturales y humanas. Pero también de destrucción de todas ellas. De riquezas infinitas como también de una pobreza que parece inescapable. De la paz de los vientos y el sol, y de la violencia de los verdes y las botas.
Somos un país feudal. De los que nunca les hará falta nada y a los que siempre les faltará todo. De los rolos y los paisas que derraman su privilegio cortando las filas de bares fugaces, y los chocoanos y vichadenses que se aferrarán a sus botes y sus motos, que les darán felicidad y tranquilidad en sus días. Que lo serán todo para ellos.
Somos un país de extremos. De expresiones amorosas y abrazos apretados olor a sancocho. Un país de mestizos, morenos, negros y mulatos y nativos que logran convivir en amor y armonía cuando no se están matando. Cuando no claman ser especies distintas por la manera que chascan las eses o ignoran las erres, o entonan el final de las oraciones.
Un país dónde la polarización que no es novedad; no importa lo que diga el Foro Económico Mundial desde su asilo en Davos. Dónde desde el principio de nuestra historia moderna se han matado españoles, mestizos e indígenas por sus divisiones profundas. Dónde los rojos y los azules bañaron sus banderas en sangre desde que empezó el siglo pasado. Dónde las novedosas guerrillas, las milicias paramilitares y la violencia oficial se asesinaron entre todos tratando de imitar a los superpoderes de la época nuclear. Y ahora, si mucho, somos un país de una polarización verbal, tiktokera y twittera. Uno que por lo menos se ha alejado de las balas, los morteros y las justificaciones barbáricas en su persecución eterna por el poder de un bando y no del otro.
Somos y siempre seremos un país indígena. De 87 tribus que pueblan un país que sus ancestros no construyeron. De una diversidad cognitiva que el español no logra capturar. De una lejanía al mundo del hombre del norte global y una cercanía a los montes, los bosques y los desiertos colombianos que nosotros, hoy la mayoría, con nuestras cédulas de ciudadanía, con probabilidad nunca entenderemos.
Somos un país de búsquedas. De una herencia compleja, colonial y dependiente. Con una lengua importada, elaborada en edificios viejos en un continente lejano. Con una identidad nacional indefinible, pero existente. Porque ser colombiano significa 50 millones de cosas, y probablemente nunca nos podremos poner de acuerdo en lo que es, aunque todos concordemos que lo somos. Y mientras los raperos del centro de Cartagena, los vendedores ambulantes del Parque Berrío, los bailarines de los semáforos de Cali, Popayán y Barranquilla existan, eso será parte de nuestra identidad. Por mucho que las élites lo quieran ignorar. Porque, aunque ellas ya claudicaron su búsqueda, y muchas se atreven a asentarse en un aristocratismo infantil, tendrán que recordar que ser colombiano, es también ser parte de nuestra búsqueda. Es ser parte de nuestros contrastes, nuestros extremos y nuestro pasado nativo y rojo.
Pero hoy no hay nubes en Cartagena. Y mientras algunos botes salen a buscar felicidad en el viento, los tragos y las drogas, otros colombianos salen a buscar la felicidad en la ausencia del hambre, el colegio de sus hijos y la distancia de la violencia. Y así cómo fue hoy, lo será mañana. Mi pregunta, mi querido lector, es larga y alejada de un sermón con una respuesta única. Yo no conozco muy bien lo que estoy buscando. Eso es un privilegio infinito. La vida me regaló el chance de escoger mi búsqueda. Pero hay que elegir con cuidado, sobre todo en Colombia, donde la vida elige por tantos millones.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-felipe-gaviria/