Ha muerto José Mujica, el Pepe. Saltan sus admiradores (que son muchos) y sus detractores (que no fueron pocos) a rendirle homenaje. Bien merecido se lo tiene, eso no lo voy a discutir.
Vi un gráfico esta semana, como un plano cartesiano, se llamaba popularidad de un político de izquierdas, que graficaba cómo cambia el asunto de terrorista a leyenda, de paso por demócrata y referente, dependiendo de si el personaje en cuestión está en activo, retirado, es viejo o ha muerto. Me reí. Más tarde, alguien que alguna vez afirmó que “Petrico quemó a los magistrados del Palacio de Justicia”, alguien mandaba una postal de Mujica con alguna frase de esas que pulularán de ahora en más: automotivacionales con las que muchos están de acuerdo y que no tienen nada que ver con la vida y obra del quien fue subversivo, preso, torturado, liberado, senador, ministro, presidente…
Al siguiente día de su muerte, Caracol Radio usó los primeros cuarenta minutos de emisión de la mañana para retransmitir una entrevista que le hizo la mesa de trabajo a Mujica cuando anduvo por Colombia, apoyando el proceso de paz.
¡Qué grande, Pepe!, leía por aquí y por allá. Salen muchos a quienes antes solo les parecía un guerrillero más a contarnos ahora que es una lástima que se haya muerto el Pepe. Mírenlo, vienen a decirnos, mírenlo bien, que esa es la buena izquierda. Porque ese Mujica envejecido y sabio les enternecía asombra.
Vivía en su chacra y manejaba su escarabajo, recordaron, y lo pintaban como un monje franciscano. «Y como fui presidente vienen acá y ven esta casita y me admiran. Pero no me siguen ni en pedo», dijo.
Pero no es que Mujica hubiera hecho un voto de pobreza, —«No soy pobre, soy liviano de equipaje»— es que era consecuente consigo mismo, que eso ya es mucho. Por eso pasan por alto que dijo, también, que «una de las desgracias de la política es haber abandonado el campo de la filosofía y haberse transformado demasiado en un recetario meramente económico». Lo sabemos aquí donde incluso cuando el país ha ido muy mal, la economía ha ido muy bien. Y lo celebran los mercados, que nunca suben cuando las conquistas son de los trabajadores.
Les gusta el Mujica ese que venden como sumiso y todo paz interior que nos quieren vende como un iluminado del mindfulness de otros tiempos que habló de la vida, la felicidad y el dinero. Pero no.
El valioso —para mí— es el Mujica combativo, el que nunca perdió de vista los fines aunque haya entendido —a las malas— que los medios ya tenían que ser otros, pero siempre supo que «no vinimos a la vida pa’ explotar a los demás, pa’ chuparle la sangre a otros, vinimos a convivir».
Y ahora que van rumbo a convertirlo en estampita de la autosuperación —«Puedes caer mil veces. El asunto es que tengas la fuerza y el coraje de volverte a levantar y volver a empezar»—, recuerdo que también dijo esto otro que seguramente no rotarán masivamente en los chats familiares ni en los grupos de globalistas y conspiranoicos: «Pero la solución no es el capitalismo; hay que encontrar otra cosa, otros caminos. Nosotros pertenecemos a esa búsqueda».
Que se olviden de creer que podrán convertir a José Mujica en su buen salvaje, en la buena izquierda que ellos celebran, porque creen que su ejemplo era que vivía en un rancho, manejaba un carro viejo y no usaba iPhone. No. Mujica quería no ya un hombre nuevo, sino uno un poco mejor. «Incluso te digo que no sé si es posible. Se puede fracasar en esto. Pero si renunciamos a esa aspiración, no saldremos nunca del capitalismo».
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/