“En todo el país, la gente pensaba que era un error. En todo el país, la gente pensaba que era un acierto. En todo el país, la gente tenía la sensación de que había perdido. En todo el país, la gente tenía la sensación de que había ganado. En todo el país, la gente tenía la sensación de haber actuado bien y de que los otros se habían equivocado.”

Ali Smith

Aunque maravillosa, la vida es lo suficientemente compleja como para sumarle el miedo permanente a los designios del gobierno de turno, la desconfianza ante quien dice querer el bien común y se dedica deliberadamente al mal. No puede ser que nuestra única y corta existencia en este lugar lleno de belleza tenga que concentrarse en la fealdad.

En mayor o menor medida, dependiendo de ese azar que lo pone a uno en una frontera afortunada u olvidada según los estándares de los hombres, la posibilidad de construir una buena vida depende dramáticamente de las decisiones de los gobernantes, que son también quienes de alguna manera acaban determinando lo codiciada que es la vida en cada nación.

Así que necesitamos conservar alguna esperanza en cuanto a la motivación de quienes direccionan el mundo. De los que están en los extremos, los populistas, nada debemos esperar. Ahí el ego es el rey y el equivocado siempre es el otro. Esos nos dicen de frente, en una broma infinita, que les tiene sin cuidado que sepamos que los dominan sus ansias de poder. Los que se valen del miedo y el nacionalismo y lo perversos que son los distintos a ellos, en esos no debemos depositar un ápice de esperanza. “El nacionalismo es siempre un recurso eficaz”, como afirma la directora de Esglobal Cristina Manzano.

La política, aunque desgastada, no es sino el espacio en el que las acciones para una vida mejor pueden multiplicarse hasta el punto de ser determinantes para una sociedad (y hoy, más que nunca, para el planeta). Y allí el hilo de esperanza pende de quienes no encarnan los extremos, de los que no les cuentan a los ciudadanos el cuento de que sin su liderazgo no hay salvación.

“Estoy cansada de que conviertan en espectaculares cosas que no lo son y traten de forma tan simplista lo que es realmente espantoso. Estoy cansada de la mordacidad. Estoy cansada de la rabia. Estoy cansada de la mezquindad. Estoy cansada del egoísmo. Estoy cansada de que no hagamos nada para frenarlo. Estoy cansada de que lo alentemos. Estoy cansada de la violencia que existe y de la violencia que vendrá, la que todavía no ha ocurrido. Estoy cansada de los mentirosos. Estoy cansada de los mentirosos glorificados. Estoy cansada de que esos mentirosos hayan dejado que lleguemos hasta este punto. Estoy cansada de tener que preguntarme si lo han hecho a propósito o por simple estupidez. Estoy cansada de que los Gobiernos mientan. Estoy cansada de que me hagan sentir miedo. Estoy cansada de tanta hostilidad. Estoy cansada de tanta pusilanimidad”, se lamenta Ali Smith en Otoño.

Que Bolsonaro arrasa con la Amazonía, que Maduro duerme tranquilo matando de hambre a su pueblo, que Trump quiere que “América” sea grande a costa de todo y levante un muro contra los que no desea, que Ortega desaparece gente de noche y revive el exilio de escritores y periodistas nicaragüenses, que Uribe es adicto a la guerra, que Johnson elige el nacionalismo y el cierre de fronteras en pleno corazón de Europa; que en Cuba llegan los que podrían renovar la vida, pero no se deciden; que Israel nace del dolor de un pueblo que reclama su derecho a vivir, pero tortura a otro pueblo y le niega ese mismo derecho; que Aung San Suu Kyi recibe el Nobel de Paz por su lucha, pero permite el acoso a la minoría musulmana Rohingya; que Polonia y Hungría (y otros) vuelven a dibujar la posibilidad de una Europa tenebrosa. Que los que gobiernan el mundo cierran bordes a punta de violencia y se ríen en sus palacios de estado, mientras se ahogan en el mar quienes huyen del hambre y la guerra, y los demás intentamos creer en algo. Pero ellos quieren lo mejor para nosotros. O eso dicen.

Cómo no vamos a estar hartos. Como Ali Smith, yo también estoy cansada de la broma infinita. Por eso me aferro a ese espacio en el medio que no se basa en marcar a nadie con letras escarlatas, que opta por la libertad en la diferencia y elimina fronteras alambradas. En un mundo con tantas naciones a punto de estallar, el centro no puede dejar romper ese hilo del que pendemos quienes ponemos lo humano en el corazón de nuestra visión de la vida, siempre alrededor de lo natural, que constituye nuestra única posibilidad.

No más extremos, ni más miedo, ni más violencia como respuesta, no más destrucción de la naturaleza como fuente de un supuesto desarrollo infinito que desde su nombre se niega a sí mismo, pues no es sostenible. No más bromas infinitas como desmotivación para la vida. No más miradas miopes: quien se para en un extremo, poco ve de todo lo demás, base perfecta para una existencia pobre y falta de diversidad.

“A eso hemos llegado, sí: a lo más grave que le puede ocurrir a una sociedad libre y democrática, porque es algo propio de las dictaduras: a tener miedo de opinar en voz alta”, dice Javier Marías. Porque así se vive bajo los autoritarismos, en donde ganan y gobiernan los extremos.

No más sangre, ni en la tierra, ni en la gente, ni en la mente. ¿Podrán unirse los centros? ¿Habrá alguien que nos demuestre que podemos volver a creer?

Califica esta columna

Compartir

Te podría interesar