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La belleza del mundo natural, de un bosque, de los animales, es una belleza escondida, pues si bien son hermosos al verlos, escucharlos y olerlos, su esencia más bella no es tan fácil de percibir y solo se experimenta realmente si se es capaz de identificarse como parte de ella, así como cada hoja de un árbol es el árbol en sí, así cada persona hace parte fundamental del árbol de la vida.
¿Cuánto cuesta un árbol? ¿Cuánto cuesta el agua? ¿Cuánto cuesta respirar?
Con el símbolo de pesos clavado en los ojos es muy difícil ver el mundo como realmente es. Comprender lo invaluable que es la belleza y la mera presencia de la naturaleza no es fácil, pero es vital. Vivir sin esa comprensión es vivir ciego, adormecido y esclavo.
¿Cuándo fue la última vez que te sentaste a observar un árbol, el cielo o un ave? ¿Qué viste? ¿Qué te gustó? ¿Qué experimentaste?
La mente puede volar a grandes velocidades y meternos en un vórtice de pensamientos, recuerdos, planes e imaginaciones que es difícil poder contemplar lo que pasa al frente, lo que siempre está ahí pero no vemos. Y eso es particularmente cierto con la naturaleza, nos hemos acostumbrado a darla por sentado y nos dejamos sorprender cada vez menos por esa belleza que contiene y que todos los días se manifiesta de miles de maneras.
No sé si los has notado, pero yo vivo maravillado con la capacidad de las plantas de crecer en espacios imposibles, como aceras y muros, o de renacer de troncos aparentemente muertos. Las plantas nos muestran su deseo de vivir, de hacer parte de este maravilloso mundo y de cumplir su papel en él. Pero claro, para la mayoría eso no es algo tan sorprendente, las plantas están ahí y ya, pero pensando un poco en lo inverosímil que es la capacidad de la vida en el universo, de lo que tuvo que pasar en nuestro planeta para que los primeros organismos comenzaran a existir, esa experiencia de ver las pequeñas plantas luchando por vivir se vuelve más especial.
Date esa oportunidad de hoy mirar con otros ojos a la naturaleza que te rodea y que hace parte de tus días. Siéntate a ver cómo las aves se alimentan de los árboles, o las hormigas trabajan sin descanso, o los pequeños insectos que vuelan de un lugar a otro, incluso las formas y colores irrepetibles en el cielo contrastando con la homogeneidad de los edificios y ventanas que construimos. Así, de a poco, te vas sintiendo como parte de un mundo natural que excede la presencia de cada persona.
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