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Ver crecer a un niño es la mejor manera de entender las dimensiones del tiempo. Esta revelación es especialmente asombrosa cuando el niño al que vemos crecer no vive con nosotros. Los cambios de estatura “repentinos”, la pérdida de los dientes de leche y los avances en el desarrollo motor son asuntos que, contemplados desde la distancia de las visitas ocasionales, hacen que los procesos que los preceden se conviertan en magia.
El hito del desarrollo que más disfruto observar, y el que más me asombra, es la adquisición del lenguaje. Hace unos días visité a mis sobrinos y me sorprendí al ver que se han convertido en lectores: los que están en edad escolar, además de armar sílabas e identificar fonemas, se conmueven con las historias que llegan a sus manos, miran con curiosidad las ilustraciones y se hacen preguntas sobre las temas que los autores proponen en sus textos. Los que aún no han entrado al colegio afianzan cada vez más su dicción: se insertan en una comunidad lingüística que los acoge con amor para mostrarles las palabras con las que pueden apropiarse del mundo.
Las manos que ahora pasan páginas con avidez aún dejan ver las redondeces de la primera infancia y ellos ya pueden leer solos. Parece tan cercano el día en que nos anunciaron con emoción su llegada al mundo y ahora ya son “niños grandes” que pueden nombrarlo.
Mis sobrinos, y todos los niños, son exploradores atentos de la vida que estrenan todos los días y por eso son los lectores más generosos que conozco. En la semana de la lengua quiero celebrar la aparición “espontánea” de su literatura y agradecerles por las formas en las que nos muestran que el mundo es una gran biblioteca: que podemos leer a los animales y a las plantas, escribir tallándonos los pies descalzos contra las piedras y salir del cánon dejando que el amor invente nuevos idiomas.
De los dientes permanentes que se asoman por las ventanas abiertas de sus sonrisas despuntan conversaciones importantes. Esta celebración también va por ellas y por la alegría de saber que ser lectores es el primer paso para convertirse en ciudadanos. Que crecer rodeado de muchos relatos es asumir el poder que nos otorga la imaginación de escapar al destino y de construir vidas auténticas.
La celebración va, sobre todo, porque esto pasa mientras ellos crecen y nosotros envejecemos. Porque no hay una mejor manera de entender qué lugar ocupamos en el mundo que asumir la finitud de nuestro tiempo.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/valeria-mira/