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“No hay nada más práctico que una buena teoría”
Kurt Lewin
En una columna anterior, titulada Buenas palabras con mala reputación, puse algunos ejemplos de tales vocablos y entre ellos estaba administrar. Una palabra tan polisémica como ambigua, pero en todo caso desnaturalizada en la academia y en la práctica; despojada de sus raíces, que nos invita a ser ministros, esto es, a ser servidores, más que a ser servidos. No es de extrañar, entonces, que la disciplina administrativa, la administración, padezca de males afines.
Esto no tendría ninguna importancia, sino generara tantos estragos en las organizaciones y en la sociedad en general. Incluso, puede tener mucho que ver con la crisis de liderazgo público y privado en Medellín y Antioquia, como sustentaré al final.
Casi toda la administración es pop: degrada las ideas y conceptos más básicos de su cuerpo de conocimiento. Valoro la cultura pop, pero no todo puede serlo. Por eso sigo al gran maestro británico Stafford Beer, cuando planteaba: “mientras que el arte pop y la música pop tienen algo que aportar por derecho propio, en tanto no son meras simplificaciones de las obras clásicas, la administración pop es peligrosamente engañosa debido a que se propone hacer que una tarea difícil parezca fácil”.
De conceptos distorsionados y facilistas está plagaba la literatura administrativa. El conocimiento publicado sobre la materia ha sido predominantemente prescriptivo (en forma de recetas) y manualístico (en libros o manuales de texto). Lo primero ofrece soluciones exprés para problemas complejos, centrado en cómos (how to en inglés) y no en porqués y paraqués, quizá porque, al fin de cuentas, “el que piensa, pierde”, como dice una de las frases preferidas de los hombres de negocios. El problema no es que produzcan el efecto placeo de las paulocoelhadas administrativas, sino que simplemente no son eficaces, porque, como reza una célebre frase atribuida a Mario Benedetti, “cuando sabía las respuestas, me cambiaron las preguntas”.
En este lote hay autores para todos los gustos. Desde los más rústicos que prometen duplicar ventas en seis meses; pasando por fabricantes de frases como Ken Blanchard, Stephen Covey, Robin Sharma y el célebre Tom Peters; hasta algunos pseudointelectuales y pseudocientíficos como el líder la revolución Gary Hamel, el gurú de la estrategia Michael Porter, y hasta el gran reformista de la administración Henry Mintzberg. Libros como Gerente al minuto, Los siete hábitos de la gente altamente efectiva, El club de las 5 de la mañana, En búsqueda de la excelencia, Liderando la revolución, Ventaja competitiva, Directivos, no MBAs, entre otros, quedarían reducidos a pocas páginas si se les despoja del barniz verbal que recubre sus conceptos.
Todos juntos son inferiores al clásico Imágenes de la organización de Gareth Morgan, o a los menos conocidos Teoría de las organizaciones de Mary Jo Hatch, o a Diseño de organizaciones, tensiones y paradojas del maestro argentino Leonardo Schvarstein, guardando, eso sí, el alcance y naturaleza de cada obra. Y si quieren algo profundo y a la vez divertido, les recomiendo Buenos días pereza de Corinne Maier.
Por su parte, los manuales o libros de texto, como los de Harold Koontz o los del brasileño Idalberto Chiavenato, si bien compilan de manera mal que bien el estado del arte o el conocimiento básico sobre la disciplina, están llenos de imprecisiones y deformaciones de ideas básicas, que los docentes de administración, en todos los niveles, y luego sus alumnos, replican de forma acrítica y descontextualizada, Basta ver las referencias a los libros fundantes de la “ciencia administrativa”, Principios de la administración científica de Frederick Taylor (1911), y Administración industrial y general de Henri Fayol (1916), ambos ingenieros, para comprobar que casi todos los que los citan no han leído los originales, aun sin ser extensos.
Algo similar sucede en economía y mercadeo. A Adam Smith a menudo se le reduce a la idea de “mano invisible”. Prestigiosos autores de libros de texto como Gregory Mankiw, quien presidió el Consejo de asesores económicos de la Casa Blanca y el Departamento de economía de la Universidad de Harvard, son expertos reduccionistas de la economía, como se lo probaron y repudiaron, con protesta incluida, sus propios alumnos, en un hecho que está documentado en varios sitios de internet, bajo el título Máxima indignación en Harvard.
La crítica ya viene desde la meca misma de la economía y la administración. Libros como MBA Personal de Kaufman, con su subtítulo Lo que se aprende en un MBA por el precio de un libro, han puesto al día la discusión sobre la precariedad del discurso y la formación administrativa, aunque en el caso de este texto, la riqueza de su crítica contrasta con la pobreza su propuesta.
Al tiempo, no se puede desconocer que la teoría administrativa y los estudios organizacional, que no son lo mismo, pero tampoco se pueden desligar, es mucho lo que han avanzado, aunque no tanto lo que han logrado penetrar en las escuelas de administración y en la biblioteca de la mayoría de dirigentes y empresarios contemporáneos.
A estos últimos, que les preocupa la crisis de liderazgo en Medellín y Antioquia, al tiempo que son blanco de muchas de las críticas, hay que recordarles, con Kurt Lewin, que “No hay mejor práctica que una buena teoría”, y que hace un siglo Antioquia tuvo una generación de líderes excepcionales que la hicieron grande, formados en su mayoría en la Escuela de Minas de la Universidad Nacional. Ingenieros que, como Taylor y Fayol, tenían una gran preocupación tanto por la productividad como por el bienestar laboral, al tiempo que se apropiaban de la mejor literatura mundial en sus materias.
Ahora que está tan en boga el capitalismo consciente, si tal cosa existe, en Antioquia floreció de la mano de maestros del talento y talante de don Alejandro López Restrepo, que nos mantenían a tono con la modernización capitalista mundial. Nuestro milagro no empezó hace 30 años, como predican algunos adanistas sincrónicos.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/pablo-munera/