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Alejandro Ceballos

Japón: un país de contrastes

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Japón es un país con una gran capacidad para sorprendernos. Con un poco más de 125 millones de habitantes, es considerado la tercera potencia del mundo. Está compuesto por unas 6.800 islas en su archipiélago, de las cuales 430 se encuentran inhabitadas. También el país más endeudado del mundo en relación con su PIB, con la menor tasa de muertes violentas y con una de las tasas más altas de suicidio. Es de los países más atrasados en equidad de género (#110 según el Foro Económico Mundial). Por otro lado, padece una tensión permanente entre una población envejecida y la ultra modernidad, entre una resistencia al progreso y la experimentación futurista permanente, entre los horrores causados en sus guerras y la sutileza y belleza de sus templos.

Hace aproximadamente 15 años tuve la oportunidad de visitarlo. Durante mi visita tuvo lugar la Expo Mundial de Aichi, prefectura que es sede de la mayoría de las empresas del grupo Toyota. Para ese entonces, un sistema de buses alimentados con hidrógeno y sin conductores transportaba a los visitantes dentro del recinto ferial. Toyota en su pabellón presentaba un show de robots que tocaban y bailaban música clásica. El tema principal de la Expo fue la sabiduría de la naturaleza. Además, se presentaron ideas sobre cómo la tecnología y cambios en el estilo de vida podían ayudar a solucionar muchos de los problemas que enfrentaríamos en el mundo. Durante mi visita conocí ese Japón ultramoderno pero natural: ese país obsesionado por los robots, por lo digital, pero también fascinado por la naturaleza y sus tradiciones; por el arte de la jardinería, por la importancia de lo simple, de lo pequeño.

Las tradiciones milenarias en Japón se niegan a desaparecer. El budismo zen, el sintoísmo, pero sobre todo una cultura donde prima lo colectivo frente a lo individual, marcan de una manera muy definida la cultura japonesa. Como sociedad, y gracias a su poder colectivo, han sobrevivido a múltiples desastres naturales, a grandes hambrunas, a innumerables guerras con sus vecinos asiáticos y, sobre todo, a la humillación y sensación de fracaso de su derrota en la segunda guerra mundial tras las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Como país no desconocen el horror causado por sus atrocidades en la guerra del pacífico y su responsabilidad en las bombas nucleares, pero tampoco desconocen que ese tipo de bombas no deberían existir. 

Luego de la bomba atómica los japoneses perdieron el deseo de vivir. Sin embargo, como en muchas ocasiones en su historia, lograron transformar la oscuridad y la derrota en compromiso colectivo, y éste en esperanza. Escuchando el podcast de Diana Uribe sobre su viaje a Japón entendí que el japonés tradicional no tiene apegos y al desapegarse no odia, observa. Luego de su derrota, los japoneses deciden observar a los Estados Unidos y esforzarse por entender sus capacidades y sus productos, aprender de ellos. Es entonces cuando inician una nueva guerra contra los Estados Unidos; una guerra de productos tecnológicos y de automóviles, una guerra de conocimiento colectivo, de corporaciones y de cultura.

Recientemente leí acerca de una mujer japonesa que había encontrado en el tren una billetera con un millón de yenes (aproximadamente 33 millones de pesos colombianos). La mujer llevó la billetera a la oficina de objetos perdidos, pero estaba cerrada. Entonces logró contactar al dueño telefónicamente y le informó que tenía su billetera y que se la llevaría. Al devolver la billetera el dueño, agradecido por la bondad y la honestidad de la mujer, le insistió que tomara 300 mil yenes como recompensa. La mujer aceptó y se despidió. Ella tenía claro que no había devuelto la billetera por la recompensa, sino porque era lo correcto. Cuando se fue dejó en la puerta el dinero y una nota que decía: “Su agradecimiento es suficiente recompensa” 

Aun con sus contrastes, su cultura y esa fuerza colectiva, el Japón de hoy está lejos de ser esa nación maravillosa que sorprendió al mundo con el bien llamado milagro japonés entre 1960 y 1980. No es el Japón que en los años noventa llegó con sus productos electrónicos a nuestros hogares en Colombia y a la mayoría de los hogares del mundo, siempre a la vanguardia de la innovación. El Japón de hoy es un país que envejece. Es el país con la población más vieja del mundo. Quizás si implementara una política de inmigración más audaz y le diera mayor participación a la mujer, podría recobrar el protagonismo económico que alguna vez tuvo y volver a ser el país del sol naciente.

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