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"Se cree, en nuestras tribus amazónicas, que es la representación del Sol y la Luna en este planeta, que las manchas amarillas y negras que tiene en el lomo, son la herencia de su padre sol y las blancas y negras que tiene debajo, de su madre luna."

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“El sol creó al jaguar para que lo representara en este mundo. Le dio el color de su poder y le dio la voz del trueno, que es la voz del sol” 

Reichel Dolmatoff, citado en Chiribiquete, La maloka cósmica de los hombres jaguar 

Somos hijos de los Andes, herederos de dos mares, de selvas densas y oscuras, de bosques tropicales. Estamos bañados por el Magdalena y el Amazonas, tenemos piel de anaconda y plumas de cóndor, somos invitados de honor a la tierra donde viven la mayoría de las aves del mundo, somos abundantes. Parece que lo perdemos de vista, que no lo sentimos en el corazón y que andamos como almas errantes buscando quiénes somos, una identidad, porque la nuestra la despreciamos o la desconocemos. Preferimos vernos, vestirnos y parecernos al continente que tenemos más al norte, o incluso, otros prefieren parecerse más a quienes están del otro lado del Atlántico, cruzamos un océano para encontrar la respuesta de lo que somos, ciegos ante nuestra herencia. 

Este mes se celebra al jaguar, la Panthera Onca, el felino más grande en América, y me parece una bella oportunidad para regresar a la jaguaridad como identidad, para reconocernos hijos de estas tierras mágicas por donde camina y acecha este magnífico animal. 

Ser jaguar es reconocer el misticismo de nuestro linaje, es la huella dactilar de nuestro continente que, así como las rosetas -manchas del jaguar- que son únicas en cada uno de ellos, nosotros somos también únicos en un planeta donde todos intentan parecerse cada día más, perdiendo la magia de sus ancestros, la sabiduría del territorio y la información valiosa de cada espacio en la Tierra. 

El jaguar es el guardián del orden de los ecosistemas. Cuando un jaguar está cerca significa que ese lugar tiene armonía, es un biondicador del bienestar de la tierra y de otras especies. Hoy lo tenemos acorralado, le hemos quitado la mitad de su territorio, amenazando su existencia, lo hemos desprovisto de su hábitat, nos cruzamos en sus corredores que, desde el sur de Estados Unidos hasta Argentina, eran el camino para que pudiera cuidarnos en sus largas caminatas. 

Estas torpezas las cometemos porque no conocemos nuestra herencia, porque estamos más preocupados por parecernos a otros que de reivindicar nuestro origen indígena, nuestra sangre campesina, nuestro olor a leña y nuestra naturaleza tropical. Poco o nada conocemos de nuestros ritmos, de nuestra abundancia en frutas, en suelos, en lenguas, en aguas. Somos tan ricos que parece que nos hubiésemos aburrido de tanto, que nos creímos merecedores de semejante riqueza.

El jaguar nos invita a volver a las raíces, a cuidar nuestros sistemas naturales, culturales, cósmicos y sociales. Nos extiende sus garras para llevarnos dentro de las selvas tropicales, de los bosques, las sabanas, las praderas, y como es el único felino que no le teme al agua, nos invita a nadar en las aguas dulces de nuestro territorio. 

El jaguar, sagrado para nuestros ancestros precolombinos, nos hace la promesa de unir el cielo con la Tierra, él, que era considerado un semidiós nos convoca en su poder. Se cree, en nuestras tribus amazónicas, que es la representación del Sol y la Luna en este planeta, que las manchas amarillas y negras que tiene en el lomo, son la herencia de su padre sol y las blancas y negras que tiene debajo, de su madre luna. 

Como símbolo de nuestro patrimonio natural representa mucho de lo que somos como hijos de América: la fuerza y el vigor, la belleza y la abundancia. Es el protector y la conjugación de la dualidad oscuridad y luz, vida y muerte, arriba y abajo. Protegerlo es protegernos, reconocerlo es conocernos, cuidarlo es cuidarnos. 

Me siento honrada de ser hija de la tierra del jaguar, y como sus hermanas y vecinas nos corresponde cuidar este paisaje, tenemos un llamado a aprender más de nuestra cosmogonía para que no acabemos con el planeta, a ocupar estas mentes brillantes de todos en descifrar cómo habitamos conjuntamente sin acabarnos o extinguirnos. El jaguar nos ruge pidiendo que regresemos, que recordemos, que pongamos más atención a los sabios y chamanes, que las verdades no siempre están en empresarios o políticos. Él que es el mediador entre los seres humanos y la naturaleza nos invita al equilibrio, a no perdernos en laberintos engolosinados de mentiras. 

Ser jaguar es todo eso, es sacralizar nuestro territorio. ¡Qué su espíritu poderoso de animal sagrado nos cuide y nos guíe para que no seamos presas de su mandíbula!

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