Ni nosotros los del trópico, nos libramos de esta temporada oscura.

Pasamos en estos tiempos por las noches oscuras del alma, nos sentimos muchos, fatigados, sin energía vital, en tinieblas, no vemos el sol entre tantas nubes.

Transitamos unos días llenos de dudas, de desconsuelo, se fueron los cielos soleados y quedamos de repente sin fuerza.

Olvidamos que la tierra nos pasa por este sótano cada año, somos buenos para perder la memoria y sentir que esta es la primera vez, pero aquí volvemos siempre, a una época de ir hacia dentro y aunque nos esforcemos para no sentir con fiestas, buñuelos, novenas familiares, luces y regalos; este es el turno del inframundo, de las cuevas, de la sombra, tan importante como la luz.

El invierno energético no discrimina, y este en particular está haciéndose notar, llamando la atención cómo los niños en navidad. Nos está haciendo pataleta el alma que se resiste a guardarse, pero más nos vale soltar, disfrutar el descenso, ponernos la cobija y recostarnos. Pelearse con el invierno es tan inútil como apagar la luz del sol. Cuando cae la nieve en el espíritu, lo cubre todo y tratar de salir a de ella es un intento desesperado contra la naturaleza de los ciclos, de la espiral. Somos muy pequeños ante las fuerzas de la naturaleza que siempre se impone y nos lo está recordando con los cambios de era, con los eclipses, con las “tormentas solares”, con las lluvias inclementes y con los truenos – que ni la pólvora mafiosa- logra acallar.

Decía un amigo/brujo que, por estos días, nos están invitando a consolidar lo que tanto conversamos en estas épocas extrañas de pandemia, nos convocan a dar a luz esas reflexiones que ingenuamente fuimos tejiendo ante la insospechada parálisis mundial.

Dijimos cientos de veces que ya habíamos entendido que la vida se trataba de algo más que ese frenesí en el que andábamos, dijimos tantas veces que habíamos recordado la importancia de la tribu, de la naturaleza, del tiempo a solas, de la lectura, del movimiento del cuerpo, del arte en nuestras vidas, de cultivar nuestro mundo interior.

De repente esas reflexiones perdieron vigor ante un mundo que se volvía a abrir, que nos daba otra oportunidad para enderezar el curso, pero en vez de sacar a la calle ese mundo interior, salimos desesperados a recuperar el tiempo perdido, regresamos a las oficinas desenfrenados a coger un pupitre, la calles se atiborraron de gente comprando lo que no necesitaba, los bares nuevamente secos de sedientos encuarentenados, los cursos virtuales de trabajo interior ya sin alumnos, las manualidades regresaron al mismo cuarto útil polvoriento, la comida saludable quedó vencida para ser reemplazada por la chatarra de siempre. En fin, volvimos a anestesiarnos. Los viejos conocidos de siempre, dormidos.

Pero ya no somos los mismo de antes, aunque lo intentemos, ahora que la novedad empieza a envejecer llega el frio invierno, la oscuridad, las dudas ¿por qué perdimos lo ganado? ¿Cómo es posible esta amnesia colectiva? ¿No fue lo suficientemente contundente el mensaje?

La gente está triste y no sabe por qué, las citas psiquiátricas y psicológicas no dan a basto, los que leen cartas astrales, los bioenergéticos, los neo-brujos, los masajistas, están a toda su capacidad. ¿Qué está pasando? ¿Qué fue lo que no entendimos?

¿Qué podemos hacer? ¿Es esto colectivo? ¿Por qué volver a la calle no nos alivió? ¿Esto se solucionará con un día más sin IVA?

Hay mil preguntas y tal vez pocas respuestas, lo que si es evidente es que no es un asunto de uno o dos.

Es un momento tan confuso que lo mejor es dejar que se calmen las aguas, no atribuirles estas sensaciones a asuntos individuales y episódicos, hay que dejar que el río se calme para ver qué hay debajo del agua turbia. Todo se esta moviendo, se levantaron los sedimentos del suelo, se están revolcando las arenas del mar y ver ahí, aunque fuéramos buzos experimentados, es bien complejo.

Tal vez solo sirva experimentar estas aguas, agradéceles por levantar el piso, dejarse llevar por las corrientes, confiar en que las olas nos llevarán de regreso a alguna orilla ¿Cuál? No sabemos, pero con seguridad no a la misma de donde salimos.

Abrir los ojos no es sencillo, vimos tanto durante estos últimos dos años, que ya no hay retorno.  Aunque aún no entendamos que cambió, algo si lo hizo, por eso regresar a la “normalidad” se siente todo menos normal. Y aunque las revistas de inteligentes académicos y futuristas traten de dibujar el futuro del trabajo, las tendencias del turismo, la nueva forma de vestir y comer. Solo sabremos con el paso del tiempo hasta donde seremos capaces de llevar el despertar.

Después de las tormentas siempre sale el sol, pero sale en un nuevo suelo, los huracanes no dejan todo de pie. Entonces que caiga lo que deba caer, porque no se sostiene lo que no tiene cimientos y aunque algunos edificios parecen firmes y se resisten a caer, ya las vemos agrietarse.

Mientras tanto: temple y coraje, que solo los valientes abrazan la incertidumbre.

Tal vez como decía Facundo no estamos deprimidos sino distraídos y “ahora ya no se puede elegir, cambiamos o nos desaparecemos”.

Mucho se movió y resistirnos solo nos hará sufrir. Mientras pasamos por este invierno, les deseo buenos oídos, agudos sentidos, atención a la intuición. Bienvenido el frio, que nos muestre con toda su fuerza eso que en primavera nos era difícil observar. Pido para todos una cueva calientita donde puedan abrazar sus sombras, una taza tibia con chocolate que puedan llevar al corazón, un buen libro que les acompañe hasta dejarlos dormidos, tierra húmeda para caminar descalzos, una pluma y un papel, compañías que se sientan cómodas en el silencio, un buen horizonte para ensoñar y de ser necesario un pañuelo para llorar.

Somos hijos de estos tiempos, elegimos ver este transito planetario, ser testigos cercanos de una gran muerte, así que a agradecer, aprender y mutar.

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