Inventólogos y fakes

Inventólogos y fakes

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Los tiempos cambian y la modernidad no es ajena a esto. Las redes sociales hoy son una sombra de lo que eran cuando nacieron. Todas en teoría sirven para algo diferente pero cada vez se parecen más: hoy se pueden colgar videos y hasta hacer transmisiones en vivo en Facebook; YouTube ha implementado con poco éxito publicaciones de texto para interactuar con “la comunidad”; WhatsApp tiene historias y funciones útiles para los negocios en línea; Instagram se pegó del modelo de videos cortos que hizo brevemente famoso a Vine pero que terminó por despegar con TikTok y los ha extendido hasta los 10 minutos; y Twitter ha implementado publicaciones largas para quienes paguen por el privilegio.

La realidad de las redes sociales hoy -al menos de las más grandes- es que su verdadero propósito dista de la razón por la cual fueron creadas. Hoy son mamotretos pegados con interacciones, leviatanes digitales que juntan la mayor cantidad de funciones posibles, no para mejorar la experiencia del usuario, sino para mantener el contenido en constante flujo y por lo tanto, a los consumidores pegados de la pantalla el mayor tiempo posible.

No pasa sólo con las funciones, actualmente el contenido de las principales redes sociales es más o menos el mismo: videos de hacks para la vida mostrando las cosas más obvias; o de “hazlo tú mismo en casa”, donde de repente utilizan maquinaria industrial. Hay cantidades de bromas actuadas y tontos que no respetan nada ni a nadie. También son famosas las entrevistas que simplemente son estúpidas o que se hacen a gente borracha sólo para burlarse de ellos. Son muy populares las historias de mil partes que bien se podrían resumir en dos minutos y otras que cuentan cosas de lo más simple e insignificante como si fueran epopeyas.

Las redes están plagadas de tops hechos con inteligencia artificial y hasta recomendaciones de uso de herramientas de IA, escritas con la misma IA. Abundan las “opiniones impopulares” con las que todo el mundo estaría de acuerdo; y preguntas cómo “soy el único qué…” rematadas con la cosa más común del mundo. Proliferan afirmaciones estúpidas que seguro parecían genialidades en la mente de sus escritores; y declaraciones disparatadas proferidas deliberadamente para causar indignación.

Qué decir de los necios que insisten en discutir cuando están equivocados o los metiches voyeristas que quieren participar en la vida de todos los demás, eso sí, la mayoría escondidos bajo nombres falsos y sin foto propia. También hay promotores de discursos de odio y abogados de diablos siempre a la orden para respaldar racistas, homófobos, nazis y toda clase de indeseables. Ni hablar de los bots, infinidades de bots, diseñados para el mercadeo, la falsificación de tendencias y el acoso.

Las redes sociales se llenaron de inventólogos: profesionales en decir sandeces de todo tipo y envergadura; y de fakes: casposos que pagan por figurar o que figuran a punta de mentiras. Se llenaron de violentos, o los inspiraron a salir de sus nichos; y convirtieron toda clase de contenidos irrelevantes en un incomprensible mainstream viral. No puedo decir con toda certeza si las redes en sí están mal, pero sí que cada día son más aburridas, más de lo mismo; que son una extraña modernidad que pretendía ser irreverente e innovadora pero que se hace a sí misma cada vez más estándar y tradicional.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/pablo-estrada/

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