Cada 20 de julio nos invitan a conmemorar la libertad, pero este año no puedo evitar hacerme una pregunta incómoda: ¿realmente somos libres? ¿Somos una nación soberana en sus decisiones, justa con su gente, digna en su forma de gobernar?
Este domingo, al pensar en la independencia, sentí algo más que orgullo patrio. Sentí miedo: miedo de perderla. Miedo del rumbo que ha tomado el país, de la facilidad con la que se abandonaron los principios que alguna vez nos unieron.
Quise releer Acta del Cabildo de 1810, entender lo que allí se prometió y compararlo con lo que estamos viviendo hoy. Solo así podemos entender, sin rodeos, lo lejos que estamos de cumplir esos compromisos.
La independencia se logró en un momento de crisis: España estaba ocupada por Napoleón y el poder colonial se debilitaba. En ese contexto, los criollos formaron una Junta con autonomía, que gobernaría bajo una Constitución y en nombre del bienestar, la unidad y la justicia para el pueblo.
Hoy, 215 años después, vale la pena volver a leer esas líneas y compararlas con el contexto actual.
Fragmento 1.
“Que el mando político y militar recayese en una Junta compuesta de personas nombradas por este Cabildo y por el pueblo.”
El gobierno debe obedecer al pueblo, no imponerse sobre él
El Acta fue clara: la autoridad debía surgir de la voluntad del pueblo, no imponerse sobre él. Hoy, sin embargo, no solo existe una desconfianza institucional creciente, sino una fractura emocional entre el gobierno y los ciudadanos. El poder ya no dialoga: etiqueta. A quienes piensan distinto se les señala como enemigos, ignorantes o “vendidos al sistema”.
La ciudadanía que exige transparencia es descalificada; el debate informado es reemplazado por desinformación, fanatismo y odio, muchas veces amplificados desde cuentas oficiales y voceros financiados con recursos públicos.
La soberanía popular no termina en las urnas. Gobernar en nombre del pueblo exige escucharlo, respetarlo y rendirle cuentas cada día. Cuando el poder deja de ver al ciudadano como su mandante y empieza a tratarlo como un obstáculo, el ejercicio de gobierno pierde su esencia democrática.
Fragmento 2.
“Que la Junta debía formar una Constitución que asegurase la suerte de estas provincias.”
Una Constitución para asegurar el rumbo del país
La Constitución no fue pensada como un instrumento para quien gobierna, sino como un límite claro a su poder. Es el pacto que define los derechos del pueblo y los deberes del Estado. Sin embargo, hoy su legitimidad se ve debilitada desde la cima misma del poder.
El presidente ha insistido en la convocatoria de una Asamblea Constituyente, sin explicar con claridad sus objetivos, sus reglas ni sus garantías democráticas. Más que una propuesta institucional, ha parecido una amenaza difusa cada vez que el gobierno se encuentra con límites legales o políticos.
A esto se suma una preocupante serie de choques con la institucionalidad. La Corte Constitucional ha debido frenar intentos del Ejecutivo por legislar vía decretos en temas sensibles como la reforma a la salud o la modificación del régimen de servicios públicos, señalando que excedían las competencias del gobierno.
Fragmento 3.
“Que se conserven la tranquilidad y el orden público.”
La paz y la seguridad ciudadana son responsabilidad esencial del Estado.
Hoy, en lugar de acercarnos a la paz, nos estamos hundiendo en una nueva ola de violencia. La llamada paz total, lejos de consolidar la tranquilidad nacional, ha terminado por fortalecer a los grupos armados. Según la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU (OCHA), más del 50 % del territorio colombiano ya está bajo la influencia de actores ilegales. El número de personas confinadas sigue creciendo, los reclutamientos de menores continúan, y el 98 % del país permanece contaminado con minas antipersona. A esto se suma un mensaje político confuso y peligroso: se ha permitido que cabecillas criminales suban a tarimas como interlocutores de paz, mientras escándalos como el pacto de La Picota y los presuntos vínculos con narcotraficantes siguen sin ser desmentidos ni investigados con rigor. La seguridad ciudadana, que debía ser una prioridad, ha sido reemplazada por una negociación sin condiciones claras ni resultados, mientras las comunidades más vulnerables pagan el precio del desgobierno.
Fragmento 4.
“Que los empleados públicos debían tener conducta irreprensible.”
Gobernar exige rectitud, talento y responsabilidad
El servicio público es, ante todo, un acto de responsabilidad. Gobernar no es improvisar, ni repartir cargos como favores personales. Implica actuar con rigor, cuidar los recursos del Estado y rodearse de personas capaces y honorables. Sin embargo, hoy los hechos muestran lo contrario.
En menos de tres años, el gobierno ha realizado más de 50 cambios en su gabinete ministerial, lo que refleja una preocupante inestabilidad institucional. La ejecución del presupuesto también evidencia falta de planeación: en 2024, se dejó sin ejecutar cerca del 24 % del presupuesto de inversión, es decir, más de $30 billones que debían destinarse a infraestructura, programas sociales y desarrollo territorial (DNP, 2025). A esto se suma una ola de nombramientos basados en afinidades políticas más que en méritos, como ha sido denunciado en entidades como Supersalud, RTVC, varias embajadas y el SENA. El respaldo público a figuras imputadas por corrupción, como el exalcalde Daniel Quintero, también lanza un mensaje preocupante sobre la ética en el ejercicio del poder. Mientras tanto, el gasto en funcionamiento —nóminas, burocracia, operación institucional— ha crecido a un ritmo mayor que la inversión en proyectos que realmente transforman la vida de los ciudadanos. En un país con tantas necesidades, este desorden en la administración pública no es un descuido menor: es una falla estructural que traiciona el mandato de servir al bien común.
Fragmento 5.
“Que la Junta debía obrar con el mayor acuerdo y unión posible entre todos los ciudadanos.”
La unidad nacional se construye con respeto, no con odio.
El acta fundacional de nuestra independencia entendía que un país solo puede construirse si existe un mínimo de respeto y propósito común entre sus ciudadanos. Pero hoy, la narrativa oficial ha normalizado el resentimiento como herramienta política, apuntando con frecuencia al “empresario explotador”, al “periodista vendido” o al “juez corrupto” como enemigos públicos. Este discurso, lejos de unirnos, alimenta el odio de clases y crea un ambiente donde la sospecha y la hostilidad reemplazan la conversación democrática.
La patria no se construye desde trincheras ideológicas. Se construye con puentes, con acuerdos y con el compromiso de reconocer al otro como parte esencial de la nación.
Fragmento 6.
“Que todos los derechos del pueblo fuesen respetados, y que la dignidad humana fuese preservada.”
Libertad, justicia y dignidad: los principios que nos prometimos como nación.
El acta establece que ningún poder es legítimo si no respeta la libertad, la justicia y la dignidad del pueblo. Cuando se atropellan esos principios —con decisiones arbitrarias, discursos que dividen o prácticas que desprecian el sentido mismo del servicio público— no solo se deshonra el cargo: se traiciona la patria y la confianza que los colombianos depositaron.
Y, aun así, persiste una fuerza silenciosa pero firme: la de miles de colombianos que resisten. Son los maestros que enseñan con vocación, aunque falten recursos. Los jueces y servidores públicos que siguen actuando con integridad, aunque el poder los presione o los ignore. Son los periodistas que no se rinden frente a las amenazas. Son los estudiantes que levantan la voz, los empresarios que crean empleo sin subsidios ni favores, las madres cabeza de familia que luchan cada día por salir adelante sin perder la esperanza. Son ellos quienes defienden el bien común desde lo cotidiano, con esfuerzo y sin créditos, quienes hoy mantienen en pie el verdadero espíritu de nuestra independencia.
Porque la independencia no fue un acto del pasado: es una tarea viva que exige memoria, valentía y, sobre todo, unidad.
Y hoy, más que nunca, debemos retomarla.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/daniela-serna/