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Para escuchar leyendo: El Almirante Padilla, Rafael Escalona
No marché el domingo, sobre todo porque ese día es sagrado, semanalmente, para almorzar con mi Soquis, pero no me despegué de las transmisiones para entender el mensaje que la calle le daba al Gobierno Nacional. En camino precisamente a la casa de mi abuela, coincidimos con el final de la marcha, cuando los manifestantes buscaban cómo regresar a sus hogares.
Ver a esas personas que salían de la concentración, ver las caras que retrataban las fotos y videos que inundaron las redes, me hizo reflexionar frente a una verdad de puño que tenemos que poner en la mesa: El Gobierno Petro era, de cierta forma, algo necesario, aunque fuera solo para incomodar. Por supuesto, mi lectura parte de prejuzgar a esos manifestantes que, vestidos de blanco, llevaban consigo la contestación ciudadana a un Gobierno que hace apenas tres años había llenado esas mismas calles.
La mayoría de los manifestantes del domingo eran, muy posiblemente, los mismos que en esas marchas del pasado enarbolaban el famoso “yo no paro, yo produzco”.
Históricamente, las marchas en Colombia se han relacionado con la izquierda. La idea del manifestante se ha ensombrecido también con la repulsión heredada que muchos le tenían, porque en la forma de ver el mundo de varios colombianos, manifestar es sinónimo de vagar, tanto incluso para mandar a estudiar.
Muchos de los que marcharon el domingo lo hacían por primera vez, y eso ya es algo muy potente, porque desmitifica a la protesta y le arrebata ese sesgo negativo que durante años se le impuso. Porque en un país como el nuestro, en el que la injusticia encuentra nido, la rebeldía es casi un imperativo moral.
Querido lector, querida lectora, independientemente de lo que usted y yo opinemos del Gobierno Nacional, esta marcha nos debe permitir reconocer una ganancia histórica que no habríamos podido cosechar en otra circunstancia: el de Petro es un gobierno que incomodó al status quo, que incomodó a gente que nunca problematizó lo público, incomodó a personas que pisaban duro y sentían al mundo como su casa, como escribiera José Manuel Arango.
En Medellín, los tiempos del Renunciado empoderaron a cientos de ciudadanos para hacer un control político sin precedentes, que ya incluso dio golpes en la mesa en la actual Administración. Ojalá el inconformismo con las labores de Presidencia y el estilo de Petro permitan que Colombia extrapole esos ejercicios de veeduría, que la política por fin sea entendida como algo inherente a la cosa pública y no como un asunto exclusivo de locos, mañosos o herederos.
El domingo vi caras marchando que, posiblemente, nunca se imaginaron en esas. La incomodad de un gobierno distinto fortaleció, de alguna manera, nuestra cultura política, y a mí eso me alegra. Como dice mi Soquis, del ahogado el sombrero, y del sombrero la cinta.
¡Ánimo! Pdta: Mucha fuerza, Chely.
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