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“La oruga, mientras está ocupada siendo oruga, no puede ser mariposa.”
Mugre rosa. Fernanda Trías.
Hace unos días me sorprendió un pájaro negro de cejita blanca que no conocía. Comió plátano frente a mí toda la mañana. Horas después encontré un cuerpecito como ese tendido en la terraza. Evoqué los pájaros saliendo de sus nidos al amanecer, recogiendo y acomodando pajitas arduamente, extasiados con el dulce, alimentando a sus bebés. Y pensé en uno de ellos no volviendo una tarde a casa, la espera de los suyos, el no saber que quedó tendido sobre una baldosa frente a un vidrio que parecía un jardín. La belleza y el cuidado derrotados, inmóviles. No volver a casa. Y que otros se queden esperando.
Esa misma semana se perdió nuestra perrita. Pasaron cinco días en los que exploramos la oscuridad que alcanza la imaginación cuando se ama. Cada noche, al cerrar los ojos, la imaginaba perdida, hambrienta, temblando de frío, y sentía un calambre, un hueco inalcanzable en el centro del cuerpo. Nos decían que al estar viejita era probable que se hubiera alejado para morir, y eso era para mí inconcebible: prefería perderla abrazándola, evitando la herida de su soledad en el último instante. Finalmente, regresó mojada, más flaca y supe que mientras la imaginaba ella verdaderamente estaba enfrentando una batalla de la que yo jamás sabría nada.
Escribió Susan Sontag en Ante el dolor de los demás: “«Nosotros» —y este «nosotros» es todo aquel que nunca ha vivido nada semejante a lo padecido por ellos— no entendemos. No nos cabe pensarlo”. Pienso en las madres que llevan años buscando, esperando, reclamando a sus hijos desaparecidos, en las familias que buscan bajo los escombros o el lodo, en las que despiden a los suyos cuando emprenden los caminos más siniestros para emigrar, sin saber si los van a volver a ver. Qué clase de piel hay que tener para aguantar eso. Y qué clase de mirada —de corazón—, para ser indiferente de lejos, ante la tragedia ajena del que espera sin ver, en carne viva.
Describió Leila Guerriero en una columna una escena escalofriante en la que, en Argentina, un ciudadano le disparó a un joven que había intentado atracarlo con una pistola de plástico y, mientras sangraba tirado en el piso, un vecino lo insultaba, le deseaba que sufriera y la muerte. Ante la soledad paralizante y helada que sentimos quienes no soportamos la escena, se preguntaba Leila al final de esa columna llamada “Morite tranquilo”: ¿Hay alguien ahí?
Hay una humanidad urgente en preguntarse por el otro, por la raíz de su agotamiento, de dónde vienen sus lágrimas, cuál es la herida inimaginable que desvía tan drásticamente el camino hasta estar dispuesto a terminar tendido en el pavimento. Qué hogar y qué horror dejaron atrás quienes se enfrentan a mares y selvas cargando a sus hijos descalzos y hambrientos. Imaginarlo no sirve para nada, excepto para acercarnos de una manera lejana que es también una ventana. Como quien ve una columna de humo sobre un bosque distante, invisible, pero evoca al árbol que le da sombra.
Hay gente que no ha tenido tiempo de vivir, como la oruga que jamás sabrá que podía haber sido mariposa. La vida esfumándose en su parte más oscura. Me pasa últimamente que imagino demasiados dolores porque siento que este mundo demenciado lo obliga, como el médico inglés que casi rompe a llorar contando su experiencia en Gaza en el Parlamento del Reino Unido, ante lo que una mujer le dijo que entendía el dolor de no poder desver lo que había visto. Hoy vemos demasiado. Y algunos imaginamos a partir de ahí. Escribió Manuel Cruz: «El filósofo chileno Sergio Rojas, en su libro El pasado no cabe en la historia, lo ha planteado así: nos toca intentar pensar el futuro después de ‘lo que nunca debió ocurrir’ o, por expresar esto mismo a la manera de George Steiner, después de haber vivido ‘cosas que derrotan al lenguaje’”. Vivir es también, para quienes tenemos el privilegio de elegir el paisaje que llena nuestro tiempo, reconocer los pozos profundos de los otros e intentar crear caminos en los que haya futuro para todos. Porque no solo se imagina cuando se ama, sino que se imagina para amar.
¿Hay alguien ahí?
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-franco-r/