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Hace unos años conocí un escrito hermoso de nuestro nobel de literatura, Gabriel García Márquez, titulado Por un país al alcance de los niños. No tenía ninguna referencia del texto que había sido incluido -supe luego de leerlo emocionado- en el documento Colombia: al filo de la oportunidad, de la Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo, de 1994. 

Son unas pocas páginas, con la profundidad acostumbrada del inventor del realismo mágico, que hablan de lo que los colombianos hemos sido, somos y podríamos ser como nación. Una reflexión optimista y a la vez crítica de un país lleno de potencia, pero en el que se le ha dado más protagonismo a la carencia.

La primera vez que escuché alguna referencia al escrito sentí una conexión inmediata con las palabras de Gabo, sobretodo con este párrafo al que el orador de turno, de quién lo escuché por primera vez, le dio tan buen tono, uno que encajaba con la teatralidad del momento en el que lo leía:

Somos conscientes de nuestros males, pero nos hemos desgastado luchando contra los síntomas mientras las causas se eternizan. Nos han escrito y oficializado una versión complaciente de la historia, hecha más para esconder que para clarificar, en la cual se perpetúan vicios originales, se ganan batallas que nunca se dieron y se sacralizan glorias que nunca merecimos. Pues nos complacemos en el ensueño de que la historia no se parezca a la Colombia en que vivimos, sino que Colombia termine por parecerse a su historia escrita.”

Luego de terminar su discurso, en el que se referenciaba el texto de García Márquez, el orador fue aplaudido en pleno por los asistentes al recinto. Bajó del atril, saludó, abrazó a sus “compañeros de lucha” y se sentó con la tranquilidad de sentirse parte, en ese entonces, de un Estado que lo admiraba porque había sido una de sus piezas fundamentales.

Salvatore Mancuso fue aplaudido ese día sobretodo por su silencio; porque su discurso no decía nada que la élite política no quisiera que fuera dicho, y porque su referencia dentro de éste al texto en mención -un poco para darle un toque poético a la justificación de la barbarie- escondía más de lo que aclaraba.

Ahora, veinte años después, Mancuso habla, habla mucho. Y vuelve a ser tenido en cuenta por un Estado que está en otras manos, pero lo necesita en la guerra contra sus enemigos políticos, porque la política en Colombia se hace exterminando, y Mancuso de eso sabe.

Salvatore dirá lo que sea necesario, así como entonces ya calló lo necesario. La historia la tiene él y sólo él, y la cambiará, sin asomo de culpa, de la forma en que, quien sea el dueño momentáneo del Estado, quiera. 

Un realismo mágico, con el perdón de Gabo, que se mueve entre el silencio y el ruido; entre la verdad y la mentira; en el que gana la élite política, los empresarios cómplices, los medios manipuladores, la “estabilidad institucional”; y pierden, como siempre, las víctimas. 

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/daniel-yepes-naranjo/

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