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Vivimos en una época en la que la oferta de experiencias místicas es generosa: retiros espirituales, tomas de yagé, cultos que parecen conciertos de pop, talleres de meditación, cursos de yoga, constelaciones familiares, baños de bosque. Basta con entrar un rato a Instagram para darse cuenta de la cantidad de opciones que existen para satisfacer las necesidades religiosas de quienes vivimos en sociedades en proceso de des-secularización o que nunca se secularizaron. Estas actividades están dirigidas por personas que, en la mayoría de los casos, han dedicado mucho tiempo al estudio de textos y prácticas sagradas y, la mayoría de las veces, se convierten en experiencias fundamentales en la vida de quienes participan en ellas.

Si pensamos en estas acciones como maneras de cuidar el espíritu y en sus guías como los médicos que se ocupan de esa dimensión, el hecho de que esta oferta esté disponible no es nada raro ni es negativo en sí mismo. El asunto empieza a volverse turbio cuando los pastores, gurús y maestros pretenden ser indispensables y hacen que sus aprendices crean que para conectarse con lo divino  necesitan ciertos elementos que solo esa persona puede entregarles. La palabra religión significa unir. Unir lo humano y lo divino. Cuando se logra este encuentro todas las tradiciones aseguran que se produce una liberación que permite darle otro sentido a la vida. Por eso es sospechoso que en lugar de libertad los mercaderes espirituales produzcan dependencia y en lugar de buscar una forma más trascendente de vivir se conformen con el estado de cosas actual.

Solo puedes tomar agua de este filtro que yo te vendo. Estas piedras, que puedes comprar aquí, son las únicas que pueden protegerte de las malas energías. Solo durante la reunión de nuestro grupo puedes sentir a Dios. Para sentir la conexión con la Madre Tierra tienes que venir a este viaje que vale quince millones de pesos. Quienes estén en el camino de la exploración espiritual deberían tener un detector de humo instalado, uno que se encienda cuando se encuentren con personas o grupos que, en lugar de proporcionar herramientas de liberación mantengan intactos sus yugos. 

Algunos eventos que deberían activar el detector de humo: hombres que aseguran conocer la selva y sus misterios, pero viven en apartamentos de lujo en alguna capital, personas que generan ingresos exorbitantes, hacen verdaderos negocios de cuenta de su “práctica espiritual”, y evitan declararlos para no pagar impuestos, seres iluminados que venden elementos mágicos que no pueden conseguirse en ningún otro lugar, por lo que el precio está únicamente regido por su antojo, falsos chamanes cuyo emprendimiento mezcla consejos de liderazgo y espiritualidad y personas que aseguran que las injusticias que experimentamos son parte de un “plan” y que obedecen a deudas adquiridas en vidas pasadas.

La nobleza que guía las búsquedas espirituales genera vulnerabilidad. La necesidad de sentido es tan fuerte que podemos creer en espejismos si nos dicen las palabras que queremos escuchar. Volver a lo sagrado en una época en la que la creencia más aceptada es que todo puede comprarse y venderse requiere una visión crítica e informada, pero sobre todo una idea clara sobre lo que significa la promesa de libertad que motiva ese regreso. En un país como Colombia, en una región como América Latina, las prácticas espirituales de diversos orígenes, evangélicos, New Age, católicos, “ancestrales”, pueden convertirse fácilmente en excusas para mantener situaciones injustas. Nada más alejado de la libertad que un mundo que solo puede funcionar si buena parte de quienes lo habitan viven sometidos.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/valeria-mira/

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