¿Qué es lo que nos define a los seres humanos, qué es eso que construye nuestra forma de ser? ¿La nacionalidad, el nombre y el apellido, nuestra familia, las aficiones, nuestros errores y aciertos? Me lo pregunto luego de tener una conversación con una persona con la que tuve un mal entendido hace varios años. Ella se acercó a mí para reparar el daño, para pedirme perdón, reconoció que muchas de sus actitudes no habían sido las correctas para eso momento. Para mí fue como conversar con una persona diferente. Me costaba acordarme de lo que había ocurrido y lo único que me importaba ya era esa persona que tenía al frente. No la de antes. Entonces pensé en todos los errores que he cometido, pero también en cuánto he cambiado en mi forma de pensar y de actuar, y cómo soy de diferente a la persona que fui hace diez o cinco años. ¿De qué manera puedo definirme si lo único constante en mí ha sido el cambio? ¿Y cómo puedo hacerlo con los otros?

Soy acaso la suma de mis errores, del daño que he causado aun sin intención, de mis malos días y la manera en la que me dejé llevar por mis emociones. O soy la mujer noble, con empatía, la que no siente rencor y olvida las ofensas de otros, la que perdona. Es imposible saber qué de tanto de cada una de estas fases hay en mí, no sé cuánto porcentaje me habita de lo bello o de lo terrible. Solo sé que soy una combinación de todo esto, un oleaje que arrastra tanto con la arena y con la sal, como con la piel de animales muertos y con botellas de plástico; un mar que se agita violentamente en algunas noches, y un remanso imperturbable en otras.

Y así vamos por la vida, descubriendo nuevas formas de ser y de existir. Cada cierto tiempo debemos, una y otra vez, confrontarnos con nuestras versiones antiguas y aceptar que ya no somos los de antes. Me ha pasado que ese descubrimiento llega cuando ya he cambiado de manera radical y me toca detenerme frente al espejo de la consciencia para hacerme el autoexamen, la pregunta eterna: ¿Quién soy? Solo para revelarme lo que ya sé: los miedos cambian, también sanan las heridas, muchas cosas se olvidan —aunque siempre habrá quien te recuerde lo que fuiste y parece que te hablaran de un desconocido— escuchar voces que reprochan “¿por qué hiciste eso, qué te llevó a comportarte así? Debiste quedarte callado”. Sin embargo, ya eres diferente, eres otro, así que esos reclamos no tienen sentido ni funcionan a la luz de tu nuevo yo. Ser humanos es nacer y morir muchas veces. Es desprendernos de rituales viejos que antes funcionaban, refutar nuestras propias ideas, decirnos la verdad porque mentirnos a nosotros mismos es imposible.

Dijo Aristóteles que “No somos buenos ni malos por sentir pasiones, somos buenos o malos según como obremos en virtud de esas pasiones”. ¿Entonces lo que nos define son nuestros actos? ¿Y lo que sentimos o manifestamos se queda únicamente dentro de nosotros y se termina rompiendo, acaso transformándonos? Porque lo que hacemos puede reprocharse, pero nunca cambiarse, ni ocultarse, pero lo que sentimos y pensamos sí, y eso modifica nuestra manera de actuar, nos convierte en otros. Sin saberlo, tal vez con algo de inocencia e ingenuidad, creyendo que el tiempo no avanza, que la vida no se va a terminar, vamos continuamente hacia aquella persona en la que nos vamos a convertir, sin darnos cuenta, nuestras acciones de hoy están configurando nuestro yo del futuro, y eso que hoy pensamos es la consecuencia irremediable de lo que algún día nos cuestionamos.

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