Escuchar artículo
|
Acepto las invitaciones que me hacen a eventos públicos en los que tengo que exponerme. Lo hago como una forma de rebelarme: en los años más determinantes de mi formación me dijeron que para ser adecuada debía quedarme callada. No sobresalir. Me enseñaron con gestos sutiles que mis pensamientos no eran tan relevantes como los de los demás. Las acepto y me siento super rebelde, pero a los cinco minutos ya estoy super arrepentida y el arrepentimiento crece a medida que se acerca la cita. En los días previos, las creencias menos amables que tengo sobre mí prenden el altavoz de mi discurso interno: no eres lo suficientemente inteligente, no tienes nada interesante que decir, estás fea, no tienes gracia. No estudiaste lo suficiente, qué vas a decir de eso, quién eres tú. Algo va a salir mal. Se van a reír de ti.
Las herramientas con las que sorteo estos episodios son diversas: hablo con personas cercanas, les pido que comenten mi propuesta, pongo a prueba mis argumentos, hago ejercicios de respiración, me tomo una cerveza o una copa de vino, vuelvo a repasar mis notas. Pero la que mejor me funciona es imaginar al HMP: al Hombre Mediocre Promedio. El HMP es ese tipo que se cree dueño del mundo y que tiene un nivel de merecimiento similar al de un heredero al trono. El HMP no prepara sus intervenciones: le basta con posar su soberano fundillo en la superficie que le ofrezcan para sentarse a decir sus verdades. No mira más allá de su ombligo y hace una lectura ligera sobre el mundo porque solo puede ofrecer la profundidad de su propia y magnífica experiencia. ¡Y se tiene tanta confianza!
La táctica de imaginar al HMP me funciona bien porque hacerlo me da rabia y la rabia es un sentimiento que favorece la acción. Porque al HMP no le van a exigir tanto como a mí, de hecho ¡él no se va a exigir tanto como yo me exijo a mí! y va a estar ahí, pontificando, diciendo obviedades y, en algunos casos, robando ideas de mujeres que no se atreven a decirlas en voz alta. Trato de que la visualización del HMP sea lo más completa posible: me imagino su forma de caminar, capataz en su propiedad que es el mundo, su olor punzante, mezcla de loción y sudor, la calvicie incipiente, las uñas descuidadas, los zapatos gastados, la correa mal puesta. Lo veo llegar flotando en su nube de merecimiento masculino, inflando su experiencia con títulos grandilocuentes, “asesor estratégico”, “experto en movilizaciones ciudadanas”, “poeta”; cogiendo el micrófono con la seguridad de que todos queremos escuchar lo que él tiene para decir y haciendo chistes malos. Cada detalle es leña para el fuego de mi rabia: al HMP nunca le han exigido que además de inteligente sea atractivo, no han calificado su falta de esmero para vestirse como una infracción gravísima y tampoco lo han sancionado socialmente por querer que su trayectoria profesional sea debidamente reconocida.
Escuchar a mujeres a las que admiro por su agudeza, inteligencia y sensibilidad relatar situaciones de angustia similares a las que vivo antes de enfrentarme a estos eventos, no es leña sino gasolina. ¡Qué ganas de pasarles mis ojos para que ellas se vean como yo las veo y que con esa revelación rompamos juntas el hechizo de la insuficiencia! Entonces llega un nuevo pensamiento: ¿les vas a exigir a ellas algo que tú no logras hacer? De este bucle solo se sale con un salto de conejo blanco: reconociendo que los niveles de autoexigencia de muchas mujeres están más altos de lo que deberían mientras que los de muchos hombres están por debajo del estándar que exige una buena conversación, y asumiendo una postura crítica respecto al origen de esta situación: el género, ese conjunto de ideas fijas sobre lo que deberían hacer las mujeres y los varones y que ha construido una escala de valores que juzga de manera más severa las acciones de las primeras y privilegia las de los segundos. Me gustaría que pudiéramos hablar más abiertamente sobre esto y que lo hiciéramos con una mirada menos individualista. Que en lugar de centrarnos en el síndrome de la impostora habláramos del merecimiento masculino y de todas los comportamientos que hemos normalizado y que lo alimentan.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/valeria-mira/