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«Cómo se cuenta esto (y sobre todo: para qué)», escribió Leila Guerriero en una columna. Intentaré:
Leo una noticia con su respectivo video sobre una gente que, en Carolina del Norte, arrancó unos oseznos de las ramas de los árboles de un bosque para tomarse fotos con ellos. Los arrancaron, literalmente, sacándolos de la zona de reserva protegida por una reja a donde después los oseznos, pequeñísimos, no podían volver a entrar. Asustados, corrían de lado a lado fuera del bosque y separados de sus hermanos, tras lo cual encontraron a uno de ellos herido y con baja temperatura corporal.
No recuerdo quién contó la historia de un niño campesino en Colombia que debía caminar varias horas diariamente hasta la escuela por un terreno difícil. Al verlo caminando descalzo, con los zapaticos en la mano, le preguntaron la razón: no quería —no podía— dañar sus zapatos.
Comentan en un chat grupal sobre una tragedia que hubo en un hospital en Colombia, en la que un paciente asesinó a un doctor. Una mujer dice que por qué los sicarios no “le caen” mejor al presidente y sí a la gente buena. Que si alguien no nos haría el favor de sacrificarse por el país.
Busquen a Sudán en el mapa, por favor. En palabras de Josep Borrell,alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad: “Con casi nueve millones de desplazados dentro del país (la mitad de ellos niños) y casi dos millones de refugiados en el extranjero, Sudán es el escenario de la mayor crisis de desplazados por la fuerza del mundo. Además, lo peor está por llegar: los combates han perturbado las siembras en las regiones más fértiles de Sudán. Casi 20 millones de personas, casi uno de cada dos sudaneses, se enfrentan a una grave inseguridad alimentaria en un país que solía ser un importante productor de alimentos.”
Escribió la periodista española Laura Fernández sobre sus dos hijos autistas, sobre el autismo y los sufrimientos de los que no se habla. Habló, entre otras cosas, de “lo que siente mi hija cuando saluda a sus compañeras y nadie le devuelve el saludo, o cuando una supuesta amiga le pide que cierre los ojos en el tobogán y lo baje de pie”.
Leo este titular: “Sudáfrica acelera el corte de cuernos de los rinocerontes para protegerlos de los furtivos.” Es decir, están teniendo que dormir con dardos a estos animales para taparles los ojos y los oídos y cortarles sus cuernos con una motosierra, de manera que la avidez de adornos exóticos y mitos medicinales no los desaparezca de la tierra.
Varios hermanos palestinos huérfanos lloran y rezan junto a la tumba de sus padres. Ahí, agachados junto a sus padres muertos, son atacados con disparos de Israel y salen corriendo, con un pánico que no los abandonará mientras vivan.
El primer ministro británico Rishi Sunak logró aprobar la ley para deportar por montones a Ruanda, donde no le estorben, como en un camión de basura, a los inmigrantes que buscan asilo.
Leí hace varias semanas sobre una mujer rondando los ochenta años a la que desahuciaron de su casa en Barcelona por deber ochenta y ocho euros.
Busca en internet algo sobre el sufrimiento animal, sobre cómo viven y mueren la mayoría de los animales que nos comemos. Piensa en eso la próxima vez que pidas comida (o pidas para tus hijos) y vayas a dejar algo en el plato. Sigo viendo platos con animales muertos que irán a la basura. Sigo viendo sangre en las mesas de la gente que se siente orgullosa de llamarse buena.
Para qué contar esto. Dos cosas:
Escribió Sylvia Plath en La campana de cristal: “Un millón de años de evolución, dijo Eric amargamente, ¿y qué somos? Animales”.
Dijo recientemente el filósofo Javier Gomá: “Vive de tal forma que tu muerte resulte escandalosamente injusta”.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-franco-r/