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Ahí están, de nuevo. Son otros, dirán algunos; es otro país, alegarán; pero en el fondo son los mismos de siempre: los que bajo un discurso de ley y orden prefieren el modelo que les asegura lo mucho para ellos, que son pocos, y lo poco para los demás, que son tantos.
Se aprovechan ellos de la conspiranoia, la alimentan desde donde puedan —redes sociales, propaganda, publicidad, medios de comunicación—, la usan para darle rienda suelta a sus ambiciones. Son iguales al norte y al sur del río Bravo, en las tierras que baña el Misisipi y en las que corre el Amazonas. Son también iguales al otro lado del Atlántico.
Hay una extrema derecha desatada, que juega en el límite de la democracia, que encontró los espacios para hacerse fuerte y amenazarla desde adentro. Le echó leña al fuego de los nacionalismos y los populismos, les dio alas a los anticiencia, abrazó a los aporofóbicos. Se pasea por Alemania, por Hungría, por Finlandia, por Italia, por Francia. Vocifera en España. Se pavonea por Estados Unidos y acaba de dar una muestra más de poder en Brasil.
Ahí vamos, con gente en el poder que alimenta los prejuicios y les da herramientas a los lunáticos. Y sin embargo, la pregunta es quiénes les dieron alas a esos sátrapas, quiénes los insuflaron para conseguir sus fines, quiénes vieron en ellos la posibilidad de lograr sus cometidos, a quiénes se les ocurrió que podrían ser un mal menor…
Y no se me olvida que hace un par de meses hubo quienes por aquí, por estos lares, en este país donde la derecha hasta hace no mucho era incapaz de reconocerse como tal, donde nos costó partirnos por la mitad para ver si queríamos o no acabar una de nuestras tantas guerras, andaban trinando: “Mejor ingeniero que guerrillero”.
Debe de haber por aquí quienes aplaudieron las hordas bolsonaristas que se tomaron por asalto el Congreso brasileño. Debe de haber por aquí los que lamentaron que perdiera Bolsonaro y piensan que hizo bien en no reconocer el triunfo de Lula. Y hay por aquí quienes gustan pescar en río revuelto, a ver si se cotizan al alza sus opiniones: ahí están, esos son…
Y vaya uno a saber cómo funcionan los azares de la democracia, si fue la ramplonería o la desfachatez que exhibió el ingeniero o las alianzas non sanctas de Petro o un golpe de suerte, porque aquí logramos esquivar los cachos cuando parecían que nos embestía la bestia, pero que no se nos pierda de vista hasta que no pase del todo el rabo, el animal sigue siendo toro.