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Martín Posada

Hablemos de magia (parte I)

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Día de los muertos. Más allá de los disfraces, es un día para conectarnos con nuestros ancestros. En un contexto donde la doctrina imperante es el nihilismo y los ateos surgen como los verdaderos defensores de la verdad, ¿cómo no reducir dicha conexión a películas o adornos para la casa?, ¿cómo hablar de magia sin que te ignoren o se rían? El cristianismo y el capitalismo se encargaron de invisibilizar la magia. No hablo de hechizos como en Harry Potter, ni de trucos de circos, sino, según Aleister Crowley, del arte y ciencia de causar un cambio por medio de la voluntad. Eso es la magia. Aquí no planeo convencerte de su existencia, pero sí quiero dar cuenta de que esta práctica ha sido desplazada por el paradigma hegemónico. En esta primera parte intentaré dar cuenta del porqué de nuestra desconexión con la magia. Tal vez, tras entender esa historia, sea posible encontrar su valor.

Hablar de la magia no es solo algo que se deja a la ficción, sino que también es visto como una especie de conocimiento rudimentario, primitivo. Con la llegada de la ciencia, creemos que ahora sí es posible explicar fenómenos antes incomprendidos, “hemos evolucionado”. Creemos que con la Ilustración los humanos dejamos atrás la “minoría de edad” y nos adentramos en la razón. Sobre la instrumentalización de la ciencia para anular otros conocimientos hablaré en la Parte 2.

Antes de la Ilustración, con el auge del cristianismo, las autoridades de esta religión se encargaron de convencer a las personas para que dejaran de practicar la magia, tildándola de falsa y demoníaca. Se expidieron leyes eclesiásticas condenando actos como las curaciones de enfermedades, el encantamiento de animales, predicciones del futuro, el encuentro de objetos perdidos, el control del clima, entre otras, y a quienes acudían a esas prácticas. Se sembró el miedo entre la población y se optó por el castigo. Este es un ejemplo de un sermón de un predicador cristiano a finales de la Edad Media:

Porque si vuestro padre, vuestra mujer u otra persona está enferma, o habéis perdido algo, o si estáis en apuros, no acudáis nunca a los adivinos sino a Dios. Y vosotras, hijas mías, si vuestros hijos padecen alguna enfermedad, no hagáis conjuros ni acudáis a las hechiceras, porque sería mejor que vuestros hijos murieran[1].

Pero, ¿por qué esta arremetida contra la magia? Pues, en principio, se trató de una guerra directa para expandir el cristianismo en Europa. Solo podía existir una verdad: Dios. El poder lo debía tener la doctrina del cristianismo y no otro tipo de prácticas y creencias comunes entre la población. Pero la iglesia no solo se encargó de imponer una creencia, sino todo un paradigma sobre el funcionamiento del mundo.

A manera de ejemplo, pensemos por qué en Occidente concebimos a la naturaleza como algo que está a nuestro servicio. Hablamos de “recursos renovables” y “no renovables”. Pues Dios creó primero al hombre y después a la naturaleza, a su servicio. O pensemos en la idea del desarrollo. Desarrollo, o progreso, esa abstracta idea que implica “avanzar”, “mejorar”, surge precisamente de la idea cristiana de la perfección de la humanidad en la otra vida (el cielo)[2]. Otro ejemplo es presentado por Santiago Castro Gómez en La Hybris del Punto Cero. El autor da cuenta de que el relato bíblico de Génesis 9: 25-27 fue el encargado de establecer una jerarquía entre europeos, asiáticos y africanos. Los primeros eran descendientes del hijo favorito de Noé, mientras que los africanos descendían de su hijo maldito. Mientras tanto, los pobladores de América, como “llegaron tarde” y no cabían dentro de la idea cristiana de que toda la humanidad era descendiente de Adán, por lo que no podían ser catalogados como “hombres”.

Así, la iglesia se encargó de moldear la forma en la que Occidente entiende el mundo. Creó nuestra cosmovisión. En esa tarea titánica, los defensores de Dios encontraron apoyo en el Estado. Con el fin de la Edad Media, Europa entró en un proceso de transformación de un sistema feudal a un sistema capitalista. Dicho cambio implicaba, como primera medida, domesticar la tierra. Antes, el rey y los caballeros tenían sus tierras que controlaban con la fuerza. Los campesinos trabajaban la tierra a cambio de protección, pero la tierra que estaba fuera del control del rey y de la iglesia era considerada “tierra común”. Se trataba de lugares donde se podía estar y no se debía pagar para hacer algo.

No obstante, desde el siglo XVI Europa entró en un proceso de apropiación, compra y división de estos territorios. Ahora las tierras, independientemente del lugar, tenían un dueño. Todo este proceso se encargó de ponerle precio a la tierra y, con ella, a las personas. Como explica Sarah Lyons en Revolutionary Witchcraft, todos debían pagar para vivir en algún lado, bien sea pagando por la tierra, impuestos, o alquilando un espacio. Las plantas, los animales y las personas dejaron de tener un valor intrínseco o espiritual, pues solo eran valiosas por su eficiencia y capacidad de hacer dinero.

De ahí que, el proceso de extinción de la magia no se fundamentaba únicamente en la expansión del cristianismo, sino también en la imposición del capitalismo. Pero tampoco se limitó a Europa, pues con el descubrimiento de América, sus pobladores y tierras también serían, y siguen siendo, objeto de explotación. Los indígenas, asimismo, tienen un importante contacto con la magia. Al igual que los relatos europeos, algunas comunidades señalan la capacidad de sus chamanes, mayores o mamos para ver el futuro e, incluso, para transformarse en animales[3]. Además, estos tienen un vínculo ancestral y sagrado con la tierra.

¿Cómo preservar la magia cuando esta implica una relación armónica con el territorio? ¿Cómo defender la magia cuando se fundamenta en el valor espiritual de las cosas y las personas? ¿Para qué conservarla si es necesario ponerle un precio a los animales, las plantas y a las personas? En últimas, ¿para qué defender la magia si es totalmente opuesta al paradigma occidental expandido por la iglesia y el Estado? Ahora bien, ¿y si usamos la magia para defendernos?


[1] Universitat de Barcelona. Magic in the Middle Ages. The Decline of Magic. Curso virtual ofrecido a través de Coursera.

[2] Du Pisani, Jacobus A. Sustainable development – historical roots of the concept. Environmental Sciences. 2006, 3(2). P. 84.

[3] De Friedemann, Nina S. y Arocha, Jaime. Herederos del Jaguar y la Anaconda. Carlos Valencia Editores. P. 115.

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