Siempre he pensado que el mundo de las drogas es demasiado grande para ser cubierto por esa única palabra. Un símbolo que todavía viene demasiado cargado con una connotación negativa como para que se permita una discusión objetiva. Con buena y mala razón. Me acuerdo de una de las películas que más me ha afectado personalmente. La vi en el colegio y me espantó mucho más que todos los seminarios antidroga que nos daban. “Réquiem por un sueño” es 102 minutos de intensidad. Es un exposé de los terrores de la adicción. De como la dependencia nos puede robar todo, hasta nosotros mismos. Pensaba que era una de esas grandes películas que solo se ven una vez. Porque creía que el corazón queda chiquito para volver a ver 4 vidas destruirse. Pero, en un reencuentro con su director Darren Aronofsky, me la repetí.

Y fue ahí donde me llevé una terrible tensión en mi cuerpo. Porque desde esa primera vez que la vi me he vuelto un ávido creyente del poder transformativo de algunas sustancias. Además, soy un crítico de la política tradicional al hiperónimo que es “drogas”. Me he querido prometer ser también un agente que ayude a quitar el estigma contra algunas sustancias. Así sea poco a poco a través de conversaciones. Y todo esto sin que ellas jueguen una parte esencial en mi vida. Pues la verdad todo lo que he probado se ha quedado en probado. Los psicotrópicos nunca han invadido mi día a día porque para mí no representan algo fundamental ni me brindan mucho más que un rato distinto. Pero por lo que he visto alrededor mío, sí pueden jugar un rol positivo para una vida. 

Pero hoy recordé también sus más profundos horrores. Sufrí esos 102 minutos, como los sufrí a los 14 años. Me dolía como los personajes, antes exaltados por describir esa fiebre placentera, ahora vivían cada segundo por el momento en que volverían a tener la aguja o la pastilla en su sangre. Y con ella alegría y alivio. Polvo que hierve, sangre que huye, pupilas que se dilatan y pulmones que suspiran. La vida atrapada ahí. La realidad de los “junkies” y de los que se aproximan al catalogo de drogas que sí vale la pena llamarlas drogas. Drogas malditas.

En los minutos después de los créditos empecé a dudar mis ideales. Más que eso, me dieron ganas de protestar la existencia de objetos que podían causar tanto sufrimiento. Me invadió una frustración goda que me impulsaba a querer erradicar todas esas matas y evitar que algo así exista. Entendí un poco más porque Nixon dijo que el abuso a las drogas era el enemigo número uno de su país. La percepción gris que había venido construyendo a través de lecturas y experiencias se convirtió de repente en un negro furibundo. Y fue ahí cuando aterricé en esta página. Tratando de desmantelar y ponderar estas nuevas ideas. Tratando de encontrarle sentido al hecho que adquirí, así sea momentáneamente, la perspectiva que he buscado modificar.

Porque estoy seguro de que mañana seguiré convencido de que el LSD, la marihuana, el MDMA y los hongos, con atención y cuidado, pueden traer buenas cosas a nuestro mundo. El desbloqueo de esa realidad paralela, valiosa y surreal. Pero también recordaré que sus drogas hermanas como la metanfetamina, la heroína y la cocaína estarán al acecho de cosechar los frutos de los avances que hagamos en la percepción de las drogas. Por eso tenemos que hacerlo con cuidado.

Porque la historia que concibió Hubert Selby Jr., el autor del libro que inspiró la película, fue más por observación que por imaginación. Y nuestra vulnerabilidad corporal, anatómica, seguirá ahí, aunque avancemos. Hasta el más estudiado y sapiente del mundo farmacológico y la biología de la adicción, perderá su vida a la heroína si se atreve a inyectársela. Como también cualquiera que encuentre una escapatoria en los porros o las cervezas, perderá a su ser a ellas. Glorificará lo que le otorga no cuando lo tiene, pero cuando no lo tiene. Y poco a poco se deslizará a su mundo en vez de tenerlas como un invitado en el suyo. Solo quiero recordar eso hoy.

Entonces sí, yo seguiré empujando a que se eliminé un tabú que lleva años montado en la cabeza de la mayoría. También votaré por los políticos que se atreven a dar una discusión que para muchos es ese negro que furibundo que encontré con los créditos. Me seguiré atreviendo a experimentar donde encuentre oportunidades valiosas con sustancias psicoactivas. Cuando encuentre momentos donde sea justificado. Pero también recordaré con pesar y dolor a los que se les han robado la vida y promoveré que pase cada vez menos. No de manera negra ni blanca. Pero con ese gris que cada día se vuelve más escaso en nuestras discusiones.

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