Hay una contradicción que me parece difícil conciliar. Se trata de la necesidad, casi que exigencia, de emprender el duelo una vez que escuchamos el frío corte de la hoz de la muerte. El conocido proceso de “hacer el duelo”, de desprenderse, de soltar, “dejar ir en paz” a nuestros muertos, parece un camino tan acertado, tan indiscutido, que a duras penas nos damos cuenta de que se trata de una invención de la psicología moderna. Una invención, a mi parecer, pensada desde el frío cerebro científico que reacciona como puede con su corazón congelado.
¿Dejarlos ir a dónde? ¿Se quieren ir? El duelo parece diseñado por la Policía de la Memoria de Yoko Ogawa… Confiscar objetos, eliminar palabras y desaparecer a quienes recuerdan. El duelo es el obvio resultado de una sociedad que vive en una crisis sacrificial, esto es, en la ausencia de reconocimiento de lo sagrado y, por tanto, en una tendencia indiscutida hacia el olvido y el desvarío en lo material.
Escribe Vinciane Despret, refiriéndose a lo escrito por Roland Barthes, que: “La muerte se volvió pornográfica en la medida en que ya no puede ser vista ni evocada; de esta forma, habría reemplazado a la sexualidad, que se había vuelto por su parte visible y decible. Queda por saber si la teoría del duelo y la obligación prescrita de ‘hacer el duelo’ que parecen hoy día imponerse en todos lados no son, como me lo sugiere la lectura de Dominique Memmi, una nueva norma que obliga a las personas a ofrecerle al poder un asidero sobre la intimidad, de la misma manera que pudimos observarlo a propósito de la sexualidad”.
Las y los policías del pensamiento psicologizante, con sus afiliados colmillos, su lengua ansiosa por tener la razón y sus toneladas de páginas de autoayuda tercerizada y destinada a conferencias llenas de palabras rimbombantes que enceguecen por el poco cuidado de la verdad, seguro, como la policía de la memoria, se me aparecerán, furibundos, a decirme que el duelo no se trata de olvido, sino de continuar, de levantarse, de vivir de otra manera.
Señor agente, en mi defensa, y aunque diga lo que diga me hará un comparendo y me mandará a leer autoayuda, debo decirle que esta, la desarrollada civilización occidental, es, quizás, la más alejada de los muertos en la historia de la humanidad. Conozco los riesgos que su decreto de olvido busca evitar, sin duda. Todos lo hacemos. Sabemos que la muerte de lo amado nos puede llevar a una obsesión bien ejemplificada (por lo exagerada) en Annabelle, o, mejor, en El hombre de arena de Hoffmann y la locura que se desata en Nataniel —quien termina, literalmente, lanzándose al vacío y rompiéndose la cabeza— tras enterarse de que Olimpia, de quien se enamoró profundamente, no era una humana y, como toda máquina, dejó de funcionar. Así como toda persona dejará de vivir.
Esa es, creo, la buena intención detrás de la idea del duelo. Evitar la locura, el salto al vacío, la imposibilidad de movilización, de continuación y la obsesión por el recuerdo. Pero, como bien lo sabemos el diablo y sus secuaces, el infierno está lleno de gente con buenas intenciones. El problema es que, secos de imaginación, lo único que lograron los y las terapeutas fue acudir al “desprendimiento”, como si nuestros muertos quisieran ser olvidados, como si no estar muerto para nadie y quedar sometido al polvo de la nada no fuera justo el porvenir más oscuro e indeseable. “Cuando los olvido, los privo de la poca realidad que estaría en mi poder conservarles, y me parece que escucho el murmullo tímido de sus llamadas, de sus reproches”, escribe Emmanuel Berl en Presencia de los muertos.
Usted, señor agente, se preguntará —si es que no quiere requisarme o contrainterrogarme de una vez— ¿qué podemos hacer al respecto? Pues, creo que la respuesta inicial es cuestionar el aparente carácter irrefutable del duelo y, por tanto, del olvido. Quizás podamos optar, más bien, por otro tipo de relación con los muertos. La muerte entendida no como un dejar ir, sino, más bien, como una nueva forma de (co)existir. Como bien lo explica Vinciane Despret en A la salud de los muertos: “recomponerlo [al muerto]: volver a darle, materialmente, una existencia incorpórea, reconstruirle, carnalmente, una historia pasada; porque esa es la condición esencial para continuar una historia: re-member”.
Este pensamiento que, sin duda usted, señor agente —con su escudo color gris y su emblema: razón, ciencia y ley—, tildará de espiritista o fantasioso, de ninguna manera busca suscitar u obtener creyentes. Busca, más bien, aliviar a través de un pensamiento creador, a través del color de la imaginación. “Para sentir la presencia de un fallecido hace falta comenzar por pensar en él y dirigirse a él. Hacer como si estuviera allí, y podría ser que esté. El pensamiento creador se alinea con esa forma de cultivo que es el poder imaginal. (…) Fabular no es ficcionalizar. Es extirpar de los sueños algo para nutrir lo real”, escribe Despret (a quien le recomiendo leer si, por casualidad, usted, señor agente, escucha susurros o, de vez en cuando, sus muertos se le aparecen en sueños).
Para terminar, porque supongo que lo necesitan en la estación, Despret arroja esta frase que cae como anillo al dedo para el tema de la tan popular ancestralidad que —con bastante frivolidad— parecen intentar convertir en un hashtag: “Para volverse un ancestro hacen falta recuerdos, un mínimo de consumación. Aunque sea el recuerdo de otro, un recuerdo por delegación, un recuerdo que reformula y releva”. Hablemos de ancestralidad, entonces, cuando podamos hablar sin tapujos de nuestros muertos. Cuando asumamos que esta implica una comunicación, una escucha, un respeto, un intercambio, una coexistencia con la muerte, con los muertos. Cuando la memoria ejemplar se imponga sobre el olvido (y sobre la memoria literal de la que advierte Todorov). Pues bien, señor agente, usted que, aterrado, busca borrar a la muerte y, al mismo tiempo, vanagloriar la mercancía instagrameable de la ancestralidad, lo invito a que, por favor, visite a sus muertos. ¿Ya me puedo ir o encontró que tengo antecedentes dignos de la hoguera?
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/martin-posada/