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Una cantidad significativa de colombianos en China tenemos en conjunto un grupo de WeChat que tiene como propósito servir de puente para cambios de dinero. Adecuadamente, el grupo tiene por regla no entablar conversaciones impertinentes y mantener un orden respetuoso. La mayoría de los miembros no escriben casi nunca y hay unos cuantos notables que todo el tiempo están cambiando entre sí o con el resto. En general es una comunidad útil para todos.
Sin embargo, hay un hombre joven, que cada vez que escribe ve necesario hacer un comentario soez o de doble sentido del cuál él mismo -y nadie más-, se ríe. Recientemente ocurrió un cacharro en el grupo, hubo gran discusión y este hombre no dudó en participar, en parte con sus comentarios fuera de lugar y en parte con aportes significativos; inevitablemente llegó a un punto donde alguien tomó la iniciativa y le pidió limitar sus comentarios. Ante el llamado de atención respondió con insultos y burlas, por lo que llegaron más quejas de otros miembros; en vez de reconocer su error, él continuó con su irrespeto, patanería e intransigencia.
El 12 de mayo de este año en Santa Cruz, Gilberto de Jesús Alzate de 48 años, fue asesinado por sus vecinos luego de pedir que le bajaran el volumen a la música. También en la madrugada de un domingo, esta vez 6 de octubre y en Rionegro, Jorge Rafael Cueto Ávila de 35 años, fue asesinado por sus vecinos, la razón: pedir que le bajaran el volumen a la música.
Hace unos días me dio risa ver un tuit de un vecino quien se quejaba del ruido generado por Café Dragón, un popular café bar en Astorga. Le encontré gracia por que yo mismo he estado ahí y puedo decir que el volumen de la música del local es tan ridículamente elevado, que uno mismo no puede conversar con tranquilidad en su interior.
También recuerdo, pero con tristeza, lo sucedido en el Atanasio Girardot el 28 de septiembre: 21 heridos en una pelea absurda y un pánico generalizado que afectó y puso en riesgo a cientos de inocentes que pretendían disfrutar la fiesta del futbol -incluidos niños y adultos mayores-.
El tema de las violencias ha rondado mi cabeza con especial énfasis por varios meses. Escribiendo esta columna me di cuenta de que escribí inicialmente, palabras que sabía que ya había dicho. No puedo evitar pensar siempre lo mismo: con la violencia perdemos todos. Más allá de eso hay algo que no me deja contento.
Pienso que hay en los colombianos una naturaleza grosera, ruidosa y violenta que se expresa en distintos niveles según la situación; un impulso a no quedarse callado o a rebatir injusticias que puede ser positivo, pero, ante falta de buenas razones, termina dirigiéndose a comportamientos lamentables.
No pretendo decir que todos los colombianos somos así, pero casi sí. Creo que es una idea determinista y estúpida; y aun así da vueltas en mi cabeza. A la vez, mis principios me obligan a contrarrestarla y decir:
Nadie más se une a la patanería del grosero del grupo y al contrario, son muchos quienes le llamaron la atención. En nuestros barrios son más los vecinos que se comportan de forma adecuada, respetan e incluso ayudan a los demás. Fueron más los que no se dejaron llevar por la violencia en el estadio y más quienes lo criticaron después. La violencia es estruendosa; por su gravedad, tiene apariencia de prevalencia y lamentablemente, gracias a esto muchos se convencen de ella. Ante esto no queda sino repetir: hablemos más y sin miedo pero sobre todo, hablemos para decir NO.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/pablo-estrada/