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Querido Fajardo,
Mi gusto por la política, por entender lo público, lo de todos, viene de nacimiento. No sé que es lo que se activa en un niño, en este caso en una pequeña niña, para que apenas aprendiendo a hablar ya sea capaz de darle catedra a sus familiares sobre derechos y deberes.
Crecer en una familia que oscila entre la indiferencia por la política, políticos y lo que se les parezca y un conservadurismo extremo me ponía ante una evidente posibilidad de que al crecer mis ideologías se parecieran más a estas últimas. Desde muy joven entonces me di a la tarea de buscar mi lugar en ese espectro. Fui a reuniones de todos los partidos, tuve militancias cortas, pero para mi profundas en el Polo cuando representaba sus ideales en cabeza de un elocuente Carlos Gaviria, en el hoy olvidado partido de la U cuando este era el lugar del establecimiento y aquella famosa política de la seguridad democrática, en pequeños movimientos que más que ideologías representaban candidatos a los cuales prefiero no mencionar por un poco de vergüenza que me produce recordarme a su lado y en fin, me di a la tarea de navegar tranquila y conscientemente por este mar de posibilidades políticas e ideológicas buscando mi verdadero lugar.
En este camino me encontré con usted. Más que con usted, con lo que Compromiso Ciudadano representaba en Medellín y por primera vez tuve esa segura sensación de que ideológicamente ese era mi lugar correcto.
He tenido entonces la fortuna de trabajar al lado de su equipo, de ser testigo de los grandes cambios que se pueden desatar en la sociedad cuando sus dirigentes priorizan lo técnico, el interés general y la honestidad, sobre meros intereses particulares. Crecí personal y profesionalmente con la convicción de que las decisiones más importantes se toman en lo público y que la manera de llegar define la manera de gobernar.
Orgullosa recuerdo mi paso por nuestra Antioquia la más Educada. En ese edificio se respiraba pasión por lo que hacíamos y recuerdo sus palabras cada mañana cuando por los parlantes de la Gobernación se nos animaba recordándonos que lo que se hacía en aquellas oficinas se veía en toda Antioquia.
Allí conocí y tuve la oportunidad de trabajar al lado de gente valiosa, a muchos de ellos hoy los puedo llamar amigos. Aprendí de ellos y por supuesto de usted el valor de la palabra, del ser ecuánimes y de procurar siempre el respeto por el interlocutor cuando se trataba sobre todo de un opositor. Me jacté con la riqueza de construir un cambio social desde una ideología de centro, donde hay lugar para todos. Y viví en carne propia lo que significó llevar oportunidades a los territorios más alejados del departamento.
He seguido de cerca sus ires y venires como político y he sido todo este tiempo una leal seguidora con la capacidad crítica de reconocer errores y exaltar aciertos.
Hoy, después de estas también fallidas elecciones, no me queda más que decirle ¡Gracias!
Gracias por entregar su vida, o por lo menos los años más productivos de ella, al propósito de construir un país donde la educación sea el motor principal. Gracias por enseñarnos a varias generaciones que trabajando honestamente se puede, que el rol de los gobernantes y servidores públicos es llevar oportunidades y construir tejido social. Gracias por permitirnos soñar con un país en el que todos cabemos, con una política que parte de propuestas y no de desdenes y polarizaciones. Gracias por representarnos a los que no creemos en extremos. Gracias por siempre llevar con dignidad las banderas de un movimiento que casi todo este tiempo no ha sido mas que un sentimiento.
La historia política reciente no ha sido justa con usted.
Los errores en la forma de intentar construir un movimiento y acercarse a unas elecciones son muchos y ya nos quedará tiempo para analizarlos, pero por más que estos hayan desatado los nefastos resultados electorales de los últimos años, sus principios nunca se han visto en juego. Los ataques son continuos no importa la decisión que se tome. Se le exige demasiado, como si, a pesar de los pobres resultados electorales de los últimos años, tuviera usted la responsabilidad de salvar un país que nunca se ha decidido por su forma de hacer política como bandera. Es usted, y somos quienes lo apoyamos, el foco constante de insultos y desprecios por esa ya tan famosa “tibieza”.
Pero Fajardo, esta “tibieza” es sin duda la que nos deja en muchos casos anteponer la razón a la pasión y conversar y concertar con diferentes, premisas necesarias para intentar sacar adelante un país supremamente diverso.
Así que adelante, continue con su tibieza que contiene en épocas como estas de desbordes emocionales, tome políticamente las decisiones que a usted le parezcan correctas, quítese el peso de encima de tener que seguir luchando por un ideal de país de centro, que al país mismo no le ha interesado y sobre todo llénese de orgullo porque lo que logramos en Medellín y en Antioquia bajo su liderazgo cambió la vida de millones de colombianos.