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Me hubiese gustado llegar a mi casa después del partido a escribir estas palabras regocijado en el júbilo inmortal que da ver al equipo de mis amores campeón. Esa sensación, ese efímero instante de éxtasis y de gloria colectiva en el que te sientes por encima de todo y de todos viendo al equipo coronarse, me ha sido esquivo siempre; pocas veces he gozado de esa miel. Hoy, una vez más, la derrota se siente como una avalancha de frustraciones y el «hubiera», esa maldita conjugación que no es más que un resquicio de fantasías, aparece para reírse cruelmente de un sueño que parecía posible, de una estrella que tocamos con la punta de los dedos.
Podría quedarme en esa lógica vana, fabricando escenarios de triunfo y éxito inexistentes o revolcarme en la rabia por situaciones externas que empedraron el camino, que truncaron impunemente la esperanza de un país entero. Pero no, prefiero salir por un instante de este malestar para aplaudir de pie, como se debe, a estos veintiséis muchachos y su cuerpo técnico que por veintiocho fechas consecutivas nos ilusionaron, nos mostraron que nuestro fútbol es total, magistral, vertiginoso y capaz de enfrentar por igual a cualquier titán con historia mundial. Una vez más, la selección Colombia está en la élite del fútbol mundial. Una nueva generación dorada da un puño sobre la mesa y dice: ¡Aquí estamos!
Colombia fue más, jugó mucho más, en la copa y en la final. Los pases de James, los regates de Richard, las atajadas de Camilo, la magia de Lucho, la muralla de Davinson y Cuesta, la entrega de Mojica, el carisma de Muñoz, el aguante de Lerma, la presión y los goles de Córdoba; y así, cada uno con sus destrezas individuales lograron una cohesión, un juego, una mística digna de un campeón. No fue esta vez, no se nos dio, el fútbol, tan bello y a veces tan injusto, nos negó la dicha de ver a estos muchachos levantar la copa con su gente, en su tierra, que tanto los admira por ser capaces de dar felicidad cuando la tristeza y las desgracias se ensañan con nuestra historia. Pero ni una crítica para ellos, por el contrario, todos los elogios, que se quedan cortos para semejantes talentos. Gracias, pelaos, gracias por lo que nos dieron en esta copa. Hay fútbol del mejor para rato, lo demostraron. En juego largo hay desquite, ya vendrán mejores frutos.
¡Ánimo!
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