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La campaña a la presidencia del actual primer mandatario de Colombia, Gustavo Petro, está siendo investigada por el Consejo Nacional Electoral. A él no le van a hacer nada; a lo sumo, irá preso su gerente de campaña, como pasó con la campaña de Santos, pero lo cierto es que el CNE ni siquiera tiene la competencia para hacerle algo a su investidura. Sin embargo, esto no ha sido impedimento para que el Presidente esté diciendo que quieren montarle un golpe de Estado, llegando incluso a compararse con Salvador Allende, asesinado por Augusto Pinochet en 1973.

Desde antes de llegar a la Presidencia, Petro decía que el establecimiento no lo dejaría gobernar. Claro, eso no impidió que se paseara con personajes como Roy Barreras y Armando Benedetti, de lo más politiquero que tiene el establecimiento. Tampoco dejó de recibir dinero de poderosos empresarios que todavía mantienen su cercanía. El asunto es que el Presidente Petro, superficialmente o en el fondo de su conciencia, debe saber que gobernar no es lo suyo. Que su figura contenciosa era para hacer bulla y ser opositor. La de gobernar nunca se la ha sabido, y eso se tiene claro desde que fue Alcalde de Bogotá. Incluso, es notable el miedo que tenía cuando salió a dar su discurso de victoria: el presidente Petro persiguió toda la vida el poder para asustarse cuando lo obtuvo; ahora no sabe qué hacer con él, más allá de vociferar delirios y victimizaciones.

El Petro que exigía que Iván Duque respetara las decisiones de los jueces de la Corte Suprema de Justicia y del Consejo de Estado, que decía que “un demócrata siempre respetara la decisión del juez” (así, sin tilde), hoy grita golpe de Estado ante la investigación del CNE por presuntas irregularidades en su campaña. La ejecución del Presidente es mediocre, y dirige un gobierno al que, si bien muchos dicen que el establecimiento obstaculiza, muchas veces se obstaculiza solo. Prueba de ello es su negativa a negociar una reforma tan polémica como la de la Salud. Una reforma inviable desde lo técnico y lo económico, pero cuando el Congreso la tumbó ellos gritaron obstaculización y hasta golpe de Estado. Así se las tumbaron, y ojalá se las vuelvan a tumbar, porque tuvieron la desfachatez de presentarla sin cambio alguno para la legislatura que empieza.

Si todo se lo quisieran dañar al Gobierno, no les habrían pasado nada hasta ahora: ni la Tributaria, ni la Pensional. Y no es que no se la quieran poner difícil: es evidente que hay quienes lo han querido desafiar permanentemente, pero él también lo hizo en su momento con el gobierno de Iván Duque.; es parte también del juego. Nada servía, a todo había que hacerle oposición, incluso si era sin fundamento. Sólo que, para Petro, que se estrelló de frente con la realidad de gobernar, enfrentar oposición significa temer un golpe de Estado. Nadie lo va a tumbar, quienes lo harían saben que le darían más poder simbólico a su figura, y es lo último que quieren. Incluso, gran parte del establecimiento que lo montó sigue de su lado, así salga en plaza pública a decir que no.

Al Petro opositor le parecía que no había democracia, hasta que ganó las elecciones. El Petro opositor exigía a Duque respetar las decisiones de las Cortes, hasta que fue Gobierno y se metieron con sus decisiones. A Petro, que promovió movilizaciones por todo el país desconociendo a Iván Duque como presidente, ahora no le tiembla la mano para llamarnos asesinos a quienes marchamos contra su gobierno mediocre y corrupto. Petro no parece ser consciente de que casi todo su actuar como presidente lo hubiera criticado como opositor. O peor, es consciente y no le importa, porque en su mundo delirante él no se equivoca.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/esteban-mejia/

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