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Nos gusta pensar que estamos en control de las cosas que nos pasan. Al menos, que tenemos un rol importante que cumplir en nuestras propias vidas, que tenemos agencia y, sobre todo, que esa agencia tiene efectos sobre la manera en la que nos ocurren las cosas. Estas ideas son reconfortantes, pero la evidencia las contradice. Hay fuerzas que nos superan, no son metafísicas -o al menos no parece- son las leyes que gobiernan el universo y la experiencia humana. Representan las fronteras dentro de las que juega la probabilidad: lo que pueda pasar pasará. Aunque responde a algún tipo de orden, el mundo está regido por lo inesperado.

Escribía Frank Herbert en Dune que “el arte del buen gobierno (…) es el dominio del caos”. Y quizá todos los que hayan pasado por el servicio público estarán de acuerdo, hay un flujo constante, reforzado y en muchas ocasiones imposible de prever de acontecimientos que afectan al gobierno. Es como la vida, pero todavía más cambiante; y peor, pues los gobernantes guardan en sus decisiones el bienestar de muchas personas. Quizá sea la naturaleza caótica de los asuntos públicos lo que explique que tantos políticos hayan confiado en los adivinos, mentalistas y echadores de cartas ¿qué otra opción queda frente a la caprichosa fortuna que no sea la magia?

Sin embargo, la necesidad de comprender la naturaleza de ese caos que enfrentan los gobernantes los trasnocha. Probablemente Herbert no se refería a un dominio en el sentido absoluto. Enfrentar el caos puede incluir el reconocimiento de que hay muchas cosas que nos superan. A esto quizás ayuda una estoica disposición a no querer controlarlo todo. Como una persona que se deja arrastrar por un río crecido, la mejor estrategia es usar la energía para esquivar las rocas y ramas en el camino, no nadar contra la corriente.

Hay muy buena evidencia de que los políticos ganan elecciones más por la suerte de las circunstancias que les tocan que por sus habilidades propias. Al tiempo, de que los grandes cambios sociales ocurren por razones demográficas o grandes ajustes culturales. Se llega por razones caóticas y se gobierno en el caos. El peso de la historia les exigiría al menos un poco de humildad al reconocer las limitantes que esto supone para cualquier líder político. Lo que logre puede deberse a todo menos él mismo y entonces escoger en qué concentrar la atención puede ser la decisión más importante de todo líder político.

Porque al final, puede que los “mejores” gobernantes sean aquellos que logran navegar las circunstancias que les arroja el caos. También, los que tienen algo de suerte.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-silva/

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