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Yo me considero una persona poco sociable, pero he descubierto que, más que eso, suelo evitar situaciones sociales por miedo al rechazo o al sentimiento de no encajar. Es decir, yo tengo competencias sociales, pero por mucho tiempo las dejé de valorar camuflando mi propio impulso natural al aislamiento como incompetencia para socializar.
Por muchos años me sentí bien quedándome todo el fin de semana en la casa refugiado en libros, música y videojuegos. Fue sólo hasta la cuarentena que sentí algo que puedo calificar como necesidad social. Sin embargo, durante mi adolescencia y el inicio de mi temprana adultez, he hecho una vida social escasa pero sincera.
En mi corto recorrido de vida, he sido parte de múltiples grupos de amigos con menor o mayor participación según el grupo y mi estado de ánimo en el tiempo. Unos se han mantenido indelebles a pesar de los años y de las bajas y adiciones. Asimismo, conservo una muy cercana amistad con un par de personas -todas mujeres, por alguna razón- y tengo algunos amigos de esos a quienes uno estima en sobremanera pero que nunca ve, con quienes sólo hace falta encontrarse una vez cada que la vida lo permita para sostener el vínculo.
A todas estas personas les he ofrecido mi amistad y lo que soy yo auténticamente. Como escribí hace un par de meses, tengo por principio amar a las personas. Ese amor se me ha retribuido con infinita generosidad, o al menos, yo valoro su retribución a tal nivel que encuentro infinitamente complejo expresarlo verbalmente.
Escribo sobre personas que me reciben callado, valoran mis pocos comentarios cuando estoy enredado en mi mundo interior, se ríen de mis rebuscados intentos de elocuencia cuando tengo momentos de exagerada confianza, estiman mi opinión sobre la vida, no cuestionan mi autoaislamiento ni mis escapadas silenciosas cuando estamos en grupo.
Diré algo osado y casi soberbio: estoy hablando de gente que, para mí, es sorprendente que me vean con los ojos que yo los veo a ellos. Me sorprende que me amen, que les importen mis caminos, que busquen mi consejo, que utilicen un segundo de su vida para pensar en mí. Me sorprende haber tenido sobre ellos el efecto de lograr que me valoren. No lo digo con el ánimo de exaltarme, sino porque genuinamente encuentro difícil asimilar su amistad.
Todas esas personas que hoy guardo en mi corazón y que estarán allí eternamente, me retribuyen su amistad por alguna razón que escapa mi comprensión y no creo que ellos a su vez entiendan cuánto valen para mi ser interior.
Llego a la conclusión de que he sido afortunado de encontrarme con gente con alma, gente que se ha tomado el tiempo de ver lo que soy más allá de lo inmediato y quienes se han dejado ver también.
Gente con alma es el título de un álbum de boleros que me gusta escuchar y es lo primero que se me vino a la cabeza cuando varios de estos amigos me hicieron una despedida el fin de semana pasado.
Lo más duro de partir del país es desconectarme físicamente de ellos, de sus destinos. No hacer parte de sus vidas cualquier periodo de tiempo, me duele. Pero también, pensar en lo que son, han sido y serán para mí, me llena de inmensa alegría. Espero que puedan entender eso que sólo puedo expresar al decir que son gente con alma.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/pablo-estrada/