Fumar

Hay una tensión que he ido descubriendo en mi vida. Viene por olas. Se siente como una actitud ambivalente. Tiene que ver con el “importaculismo”. Me he convertido en un promotor de no tomarme nada demasiado en serio. Pienso que las causas pierden su fundamento cuando les regalamos demasiada atención. Pero, al mismo tiempo, y es aquí de donde viene la tensión, hay cosas que importan. Que importan mucho. Sobre todo, cuando rozan la injusticia, cuando tratan con el sufrimiento humano. Cuando duelen. Es fácil ser importaculista frente a leche derramada y la incomodidad divertida. No tanto cuando se te jode la vida sin tu permiso.

Este preámbulo viene porque hace rato he querido comentar un tema que creo que habita en ambos lados de esa tensión: fumar. Fumar casi siempre lo encuentro en el importaculismo de la juventud. Los cigarrillos, como el trago, componen los eventos sociales. Regalan una excusa para compartir algo. No siempre hay que caminar por la vida en alerta absoluta sobre todo lo que hacemos. Dejarse gozar, dejarse fumar está bien. Pero también, al mismo tiempo, conocemos sus consecuencias. A cierto punto fumar para de ser un permiso y empieza a ser una obligación. Ya en vez de aliviarte la ansiedad, te la regala cuando no tienes un cigarrillo en la mano. Recuerdo una frase en internet que se burlaba de los fumadores: “Un cigarrillo es un pequeño y delgado cilindro de papel relleno de tabaco, con fuego en un extremo y un idiota en el otro.” Porque ya sabemos que solo son las primeras dosis de nicotina son las que podemos controlar.

Pero fumar prometía ser un mal de la generación pasada. A la mía la habían bombardeado con información para que no cayéramos en los mismos malos hábitos que nuestros antepasados. Yo siempre tuve una mentalidad estricta con usar una sustancia que creara dependencia química. Me daba mucho miedo formar la necesidad de algo externo para estar tranquilo. Después, a mis 14 o 15 años, hubo el boom de los vapes. Los cigarrillos electrónicos. Fáciles de esconder, sin el olor maluco del tabaco, con sabores ricos y con un humo que no dejaba rastro. Habían llegado al mundo, clamaban sus dueños, para ayudar a los fumadores irse despegando de ese olor pegajoso del cigarrillo e ir, poquito a poquito, reduciendo la cantidad de nicotina que necesitaban. Pero, en vez de ser una puerta de salida, terminó acogiendo a una generación entera de nuevos fumadores. Incluyendo a gran parte de esa generación que crecía conmigo.

Creo que como sociedad podemos concordar que la dependencia no es deseable. Fumar de manera tranquila y consciente es deseable. Es rico. Yo fumo de vez en cuando con sosiego y gozo del privilegio de no tener la necesidad de volver a hacerlo al otro día cuando me levanto. Lo que me parece irresponsable es que gracias a lo accesibles y poco regulados que son los cigarrillos electrónicos, probablemente haya nacido una nueva generación de para siempre adictos a la nicotina.

En este boom del e-smoke hubo dos respuestas principales a nivel internacional. Ambas se basaron en que la ausencia de conocimiento sobre las consecuencias de esta nueva tecnología y el rol que podría llegar a tomar en la sociedad. El primer bloque se planteó regularla estrictamente para poder dosificarla de manera controlada. El segundo, precisamente porque no había evidencia de que los cigarrillos electrónicos posaban una amenaza a su comunidad, dejaron que entraran libremente. Un “después veremos”. Colombia, donde no es fácil legislar con urgencia, optó por la segunda estrategia. El DANE encontró en el 2019 que un 5% de la población entre los 12 y los 65 años había fumado cigarrillos electrónicos. En los Países Bajos, que escogió la primera, hay un 0,2% de los adolescentes (entre 14 y 16) fumando y el 99,8% de los fumadores de cigarrillos electrónicos ya eran fumadores antes. Cumplieron con la promesa de los fundadores.

En Colombia es difícil revertir la inacción regulativa que vimos en los últimos 5 años. El daño ya está hecho. Por ahora, creo yo, es sabio volver a eso de que una población libre de adicción es deseable. Que fumar se debería quedar en las fiestas. Que la potencia adictiva de los cigarrillos electrónicos traiciona la libertad. Que hay que tener cuidado con lo que le cae a nuestra juventud. Ellos pueden fumar, pueden joder, pueden rumbear, pero un cuerpo nunca podrá escapar de la adicción de dispositivos que contienen 5 veces más nicotina que los cigarrillos. Eso simplemente se robará su futuro. Por eso, cosas así, que caminan la línea entre el importaculismo y la seriedad, necesitan encontrar su balance. Debemos buscar dejar vivir con consciencia.

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