Formar un aplauso

Faltaban cinco minutos para las cuatro de la tarde; del evento en el parque ya no quedaban más que algunas carpas en el suelo, esperando a ser guardadas en un par de camionetas de placa blanca, que hacían taco en una de las calles junto a la iglesia. Me encontré con él mientras terminaba de guardar su cámara y lo invité a un café para escuchar sus historias.

Le pregunté por sus proyectos y me contó emocionado que estaba a pocos detalles de asegurar la participación de su banda musical en las fiestas de su pueblo natal. Unas en las que llevaba varios años sin tocar.

Él era un todero en cuanto a las artes, había sido coordinador de una casa de la cultura, director de una banda musical, arreglista, compositor, hace poco se había titulado como licenciado en Música de la Universidad de Antioquia; el tipo sabía de lo que hablaba. Con desazón, empezamos a conversar sobre lo que debía experimentar el que vive por amor al arte, especialmente en esos municipios que se erigen por cientos entre nuestras montañas.

Me contó, por ejemplo, la percepción que las Alcaldías tienen al momento de contratar los profesores o monitores de artes. No les interesa definirle un proceso artístico a un perfil determinado, causando que un músico, por ejemplo, con énfasis en una banda sinfónica, termine siendo el encargado a la vez de la sinfónica, la banda marcial, el coro y hasta el grupo de arte de la tercera edad. Cuando no es profesor de todos los grupos, debe ser el presentador de los eventos de la Alcaldía, el responsable de la logística, el animador de las integraciones y la cara visible de cuanta celebración especial se conmemore.

Todos los llaman profes, claro, excepto en el Día del Maestro, porque en esas fechas ellos son contratistas. Hacen parte de la Alcaldía, pero tampoco del todo. Están en un limbo constante entre la orden de un alcalde y las expectativas de un niño enamorado del arte.

Es común verlos saludar a todo tipo de personas por entre las calles. El de allá fue su estudiante cuando niño, la de acá aprendió a cantar junto a él. Todos le guardan cariño, a todos los inspiró, pero ninguno quiso seguir sus pasos, porque ninguno quiere ser de grande como su profesor.

Las artes y la cultura, como salvavidas para nuestra cordura en medio de tanta tragedia, pocas veces es vista desde lo público como algo distinto a la producción de eventos o al uso del tiempo libre. Pocas veces como un sentido de vida, como un profundo camino de realización personal y social.

Terminamos el café, y por ende también la tertulia, le agradecí por contarme de esa situación con la que tantos artistas se chocan y le pregunté con cuál idea cerraría una reflexión en torno a ella.

Santi, uno puede vivir del arte, yo vivo del arte, así me gane la vida haciendo algo distinto.

En un país más digno, “vivir del arte” no debería ser sinónimo de sobrevivir, sino de realización personal.

Ánimo.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-henao-castro/

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