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Un escenario sublime. Cerca de 700 personas en la nave central del cementerio (que es, además, una hermosa galería de arte urbano), a los costados los altos pabellones de nichos funerarios con los barrios de la Comuna 13 y, como telón de fondo, los imponentes cerros del occidente de Medellín. El evento, Palabras de perdón y acuerdos a escala de barrio, reunía a familiares de víctimas del conflicto, militares comparecientes ante la JEP, autoridades, organizaciones y ciudadanos. La programación, una mezcla de arte urbano, música profana, conversación y liturgia, empezaba con un concierto de hip hop para luego dar paso a los ensambles de cuerdas y vientos de la orquesta sinfónica de EAFIT.

Minutos antes de las 4 de la tarde, los integrantes del ensamble de vientos iniciaron su interpretación de Billie Jean de Michael Jackson.  Su ritmo en ascenso fue invadiendo la necrópolis y muchos, viejos, jóvenes, campesinos, exmilitares, empezaron a seguir juiciosa y acompasadamente el tum, tum, tum con el pie.  La música haciendo su magia.  Yo, que estaba emocionado viendo y escuchando la escena, recordé a una buena amiga que hace algunos años me contó que ya no era capaz de escuchar al “Rey del Pop” porque para ella su música había desaparecido y solo veía a un abusador de niños.  También pensé en la letra de la canción que sonaba: “Billie Jean no es mi amante/ Ella es solo una chica que dice que yo soy el elegido/ Pero el niño no es mi hijo/ Ella dice que yo soy el elegido, pero el niño no es mi hijo».

¿Qué hay detrás de una creación artística? ¿Cómo se relaciona una obra de arte con la realidad? ¿Es posible separar el autor de su obra? ¿Se le debe exigir al creador responsabilidad social?  ¿Tiene aún espacio la música de Michael Jackson en esta sociedad aunque haya serios y creíbles indicios de que en su vida sistemáticamente abusó sexualmente de menores de edad? ¿No es la letra de Billie Jean una expresión de una cultura machista irresponsable que usa el cuerpo femenino y desaparece a la mujer y sus circunstancias? 

Sobre el tema se ha escrito mucho, pero  hoy solo propongo  algunas reflexiones propias que no aspiran a ser canon ni teoría. Creo que no hay nada más personal, íntimo e intransferible que la creación artística. El artista, no importa en qué espacio y género se mueva, pasa el mundo, la vida, por sus entrañas y su mente y lo devuelve en forma de poema, canción, color, escultura, cuento, novela, película. Lo hace a partir de su propia experiencia, de sus sueños, pesadillas, sesgos y búsquedas. En ocasiones esa obra baila con su tiempo y se considera vigente. Otras, choca con su realidad y se rompe;  pero en algunas, por el contrario, trasciende su época y la consideramos vanguardista o de avanzada.

Aunque en ocasiones tendemos a convertir a artistas en líderes y referentes sociales y políticos, normalmente ellos no aspiran a serlo y, muchas veces, no poseen las aptitudes para tal papel. Esto sí que es cierto en la cultura de masas y en la era de las redes. Equiparamos popularidad, número de seguidores y vistas de videos a honestidad, integridad y liderazgo.  Nada que ver.  Los que disfrutamos leer biografías sabemos que muchos de los pintores, poetas, novelistas y músicos más influyentes no eran propiamente unos seres humanos ejemplares ni en familia ni como amigos ni para hacer negocios ni en el campo de la política.  Pero qué mundo tan triste sería aquel en el que no nos deleitáramos  con  un verso de Ezra Pound porque era un fascista y un antisemita. O en el que se prohíban las canciones de Diomedes Díaz porque no respondía por sus hijos o por el asesinato (preterintencional) de Doris Adriana Niño. Respetando a mi amiga, sigo vibrando con la música de Michael Jackson. No votaría por ellos, pero ellos no aspiran a ser gobernantes y es un error pensarlos así.

El arte y la cultura, además, tocan temas sensibles y espinosos.  Lo hacen porque el mundo, antes y ahora, puede ser un lugar profundamente problemático y porque los seres humanos somos complejos, cambiantes y oscuros.  En la creación artística se permiten licencias que en otros espacios nunca serían posibles. Goya y su representación de la enfermedad mental y sus inhumas instituciones y tratamientos. El cuestionamiento profundo de las obras de Christopher Marlowe a la doctrina religiosa y a la hipocresía de la iglesia en la Inglaterra isabelina. La violencia gráfica, desbocada y absurda y la corrupción rampante en los cuentos de Rubem Fonseca. Todos estos mundos y sus personajes existieron y existen, así no nos guste y así la versión oficial quiera esconderlos o limpiarlos. Nos impactan y emocionan estas obras porque a pesar de ser representaciones, ficciones, no se alejan de la realidad.

Nos equivocamos al considerar a los artistas como  líderes sociales y al pensar que las producciones culturales son responsables de la realidad cuando lo que suelen hacer es representarla.  Creemos que ignorando o destruyendo el espejo cambiamos la escena y lo único que logramos es dejar de vernos y, en algunos casos (no en todos), nos perdemos obras de arte maravillosas.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-londono/

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