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Las diversas olas feministas que han existido y las batallas por los derechos políticos, sociales y económicos que han tenido las mujeres son avances para todas, no obstante, ¿las mujeres, como todo un conjunto, realmente somos un grupo tan homogeneizado como se nos hace ver por parte de algunas representantes del movimiento? La representación de los intereses femeninos frente a la academia y a la política ha sido dada a las mujeres blancas de forma predominante, y aunque esta realidad es importante porque da la posibilidad de abogar por criterios de igualdad y libertad, estas mismas se encuentran instruidas por lo que Iris Marion Young denomina como “la cultura recibida”.
Estas mujeres transmiten unos intereses construidos también a partir de las premisas del mundo que edificaron los hombres mediante las distintas disciplinas y ciencias; su concepción del mundo, de los derechos y de la cultura es dada por y para los hombres, lo que dificulta llegar a verdaderos criterios de igualdad si no se critica la composición de las instituciones que crean estas mismas. Las mujeres que ostentamos puestos de relativo privilegio, que somos quienes representamos mayoritariamente el movimiento y sus intereses, generalmente correspondemos a miembros de la misma clase social y/o del mismo contexto cultural, con creencias fuertemente arraigadas a una religión dominante y una ética construida en colectivo, lo cual indirectamente invisibiliza las experiencias de otras mujeres no pertenecientes a estos contextos.
Las mujeres experimentan la opresión en diferentes grados de intensidad y no solo los patrones de opresión se encuentran interrelacionados, si no que se influencian entre sí: raza, clase y género, etnia, casta, capacidades motrices y religión. Quienes se ven más afectados por la violencia y la desigualdad de género son quienes a su vez son más empobrecidos y viven en el espectro más marginado de la sociedad: las mujeres negras, latinas, indígenas, quienes viven en zonas rurales y en situación de discapacidad, además de las niñas y las mujeres trans, todas y cada una se encuentran enfrentadas a la dinámica del poder ejercido por el sexo, no obstante, cada una lo hace de una manera diferenciada. Catharine A. MacKinnon ahonda sobre este tema en su libro Hacia una teoría feminista del Estado cuando expone al movimiento desde términos sociológicos, como si esta articulación al cambio y a la inclusión no fuese posible si no se cuestionan las estructuras y las instituciones per se, su funcionamiento, su método y su concepción del mundo; aquí se rescata como lo personal es político, y como el proceso de individualización es supremamente importante para lo colectivo, pues los cambios de mentalidad no se producen por un decreto ley, si no mediante un método de consciencia social.
El feminismo ha representado grandes avances para los derechos de la mujer pero sí se quiere realmente abogar por un fin superior y una verdadera humanización es necesaria la reconstrucción crítica y colectiva del significado de la experiencia de ser mujer, tal y como la viven las mujeres. Aquí las particularidades de la interseccionalidad que se mencionan no son disonantes, sino todo lo contrario, estas se convierten en facetas del entendimiento dentro del cual las diferencias más que destruir la colectividad, la construyen.
Cuando se tratan temas profundamente ligados con la experiencia femenina se da por sentado que quien aboga por el género está bajo una posición de partícipe y a la vez de espectador, por lo cual pueden verse como más certeras o legítimas las posiciones que adopte, no obstante el grupo bajo el cual se ubica cada mujer no está homogeneizado, y por ende el discurso que una mujer con posible privilegio adopte en aras de representar puede terminar no siendo del todo significativo para el resto del género que, por ejemplo, está sometido a otro tipo de ejercicios de dominación y poder adicionales a las estructuras patriarcales.
No se trata exclusivamente de que el movimiento feminista hegemónico, occidental y secular reconozca otras vertientes ideológicas, sino de ir más allá de las fronteras de lo académico y dogmático, de discusiones de lobby e intereses políticos particulares, enfrentándose a reconocer las nuevas formas de la identidad femenina, incluso las más lejanas y desafiantes, y las necesidades que por ende esto suscita. Visualizar estas manifestaciones como un deseo de ejercer plenamente la ciudadanía, de ser sujeto activo de un Estado y un sistema normativo que fue construido a partir de un lenguaje y unas premisas masculinas, transformar la manera en la que se construye realidad mediante el método de la conciencia colectiva y abrir la posibilidad de que cada individuo oprimido participe en el diálogo sin bloquearlo bajo la homogeneización, ver el valor de las ideas feministas de creación del saber y entender a la mujer como un sujeto no sólo cognoscible, sino cognoscente.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/mariana-mora/